¿Qué grado de felicidad le conviene mostrar en su trabajo?

Ni un cenizo ni demasiado emocionado. La virtud está en el justo medio. Parecer muy satisfecho y alardear de ello en el trabajo le puede acarrear dificultades con sus compañeros o con su jefe.

Usted es muy libre de adoptar la pose que quiera en el trabajo. Puede demostrar sus emociones o tal vez decida ser auténtico… Incluso demasiado auténtico.

Algunos creen que lo más oportuno es mostrarse muy felices… Demasiado satisfechos. Y ese exceso de felicidad, que en ocasiones resulta chocante, puede acarrear dificultades con el jefe o los compañeros de trabajo.

No se trata de alabar al cenizo, ya que éste forma parte de la fauna tóxica de la oficina que nos amarga la vida. Aunque no compensa ser el tipo de profesional que crea más conflictos de los que puede resolver; que muestra una sinceridad excesiva acerca de sus problemas personales; o que hace pública su negatividad hacia los compañeros, el trabajo, el jefe o incluso su vida privada, tampoco compensa ser un yonqui del buen rollo.

‘Buenismo’ falso
Regino Quirós, socio director de Be Up, cree que “el exceso a la hora de mostrar nuestra satisfacción laboral se identifica con buenismo y con falsedad. La clave es cuál es la intención y qué emoción se decide expresar. Tiene que ver con lo auténtico que es uno. Además, la capacidad de los demás para detectar la coherencia es muy grande. Una cosa es generar buen rollo y otra es la del que se excede aparentando felicidad o presume de lo bien que vive. Es un tóxico fácil de detectar. O es real o sólo un gran actor puede hacer esto”.

Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, coincide en la necesidad de ser asertivo en la expresión emocional: “Se trata de expresar y decir lo que verdaderamente pensamos y sentimos, buscando la forma y el momento. El riesgo de no ponerse una careta y mostrar emoción es que uno puede resultar muy agresivo. Pero el peligro de lo opuesto es que resulta falso y de cartón piedra. No hay coherencia entre lo que se dice y lo que se siente, y es entonces cuando se da una falta de credibilidad. La felicidad es una emoción, y los sentimientos no se pueden ocultar. Siempre se va a notar si uno está fingiendo. Sin olvidar que, además, las emociones positivas se contagian, igual que la infelicidad”.

Peñalver añade que, efectivamente, es posible tomar la decisión de mostrar un exceso de satisfacción laboral, pero esto puede resultar peligroso y perjudicial: “Para empezar, hay envidiosos, y hay a quien le molesta que usted sea feliz, y verán en ello que es un pelota. Depende básicamente de la cultura de su empresa, de su jefe y de sus compañeros. Hay culturas en las que esto está bien visto, y hasta hay responsables de felicidad.

Algún jefe puede pensar que está haciendo las cosas bien si usted muestra satisfacción, pero los hay que pueden pensar que no trabaja lo suficiente. Y lo mismo pasa con los compañeros”.

Peñalver insiste en el riesgo que implica exponer este exceso de felicidad. Si uno no está bien es porque no se lo ha trabajado lo suficiente. Y aún hay más inconvenientes, como el hecho de no poder pedir más (sueldo, proyectos) ya que, si lo hace, parece que no tiene suficiente trabajo.

Juan San Andrés, consultor de organización, también coincide en que “algunos jefes asocian automáticamente a un empleado contento con el hecho de que esté satisfecho con sus condiciones actuales. Si un jefe le ve siempre contento puede concluir que usted está bien retribuido emocionalmente y dedicará unos recursos habitualmente escasos a hacer feliz a otro que se muestre quejoso”.

Mostrar generalmente demasiada disposición en el puesto podría ser un problema si tenemos un jefe que toma decisiones basándose en indicios superficiales. San Andrés cree que “una demostración explícita de bienestar emocional puede inducir a un mando a centrar sus esfuerzos en apagar otros fuegos: los de otros compañeros que se muestran descontentos y quejosos”.

Es cierto que hay decisiones importantes que se toman basándose en las primeras impresiones y que éstas, a menudo, se basan en indicios gestuales y en expresiones emocionales. Los jefes poco analíticos pueden caer en estos errores y los “profesionales de la queja” lo saben muy bien.

Sospechas injustas
A esto San Andrés añade que “hay jefes partidarios de atar en corto a la gente, que sospechan de quien esté contento”.

Si quien le manda es del tipo perezoso que al verle alegre le penaliza en un aumento de sueldo o en una promoción, tendrá que aprender a modular sus expresiones de entusiasmo y a dosificar con talento alguna queja. San Andrés concluye que “está claro que en estos casos el problema lo tienen aquellas personas que casi siempre están de buen humor ya que serán los primeros perjudicados. Conocer al propio jefe es vital para gestionarlo. Necesitamos saber cuáles son los mecanismos de decisión y evaluación de nuestros mandos y actuar de modo inteligente. Nadie actúa racionalmente el 100% del tiempo. Los jefes tampoco, y hay que saberlo”.

El experto concluye que “el hecho de que esto ocurra en una empresa está relacionado, además de con el tipo y la calidad del jefe que uno tenga, con la cultura de la empresa y con su sofisticación organizativa. Allí donde suele haber una atmósfera de logro y positivismo se corren pocos riesgos por mostrar entusiasmo. Cuando existen buenos procesos de revisión salarial y evaluación, y los empleados son conocidos fuera de sus departamentos y por varios jefes, las decisiones tienden a fundamentarse bien”.

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