El perenne mito de la crisis inmigratoria de Estados Unidos

La posibilidad de un estado policial plantea un peligro mucho mayor para el estadounidense promedio que la amenaza imaginada de la inmigración.

(Bloomberg) Con el ascenso de Donald Trump, los sentimientos anti inmigración han alcanzado niveles no vistos en décadas en Estados Unidos. La indignación contra la inmigración ilegal y el temor a los refugiados, antes confinados a los márgenes de la base republicana, están ahora en el centro del diálogo público.

Entre algunos expertos e intelectuales, la respuesta ha sido tratar de encauzar esa indignación: ver a la inmigración como un problema que necesita resolverse.

Por ejemplo, mi amigo Josh Barro, de Business Insider, escribió en fecha reciente un artículo arremetiendo contra los demócratas por no tener un programa coherente de reforma inmigratoria.

Creo que esto está equivocado. Sí, estoy a favor de mejorar el sistema inmigratorio de Estados Unidos; mi propuesta es implementar un sistema basado en habilidades como el de Canadá.

Sí, el actual sistema no es óptimo en una cantidad de formas. Pero al tratar a la inmigración como un problema urgente que necesita una acción política dramática, los centristas están concediendo demasiado. La actual situación no es una emergencia en absoluto.

La inmigración ilegal a Estados Unidos finalizó hace una década y, según el Pew Research Center, ha sido cero o negativa desde su apogeo en el 2007.

Cerca de un millón de inmigrantes indocumentados dejaron el país durante la Gran Recesión. Pero aun después de finalizada la recesión, la inmigración ilegal no se reanudó.

¿Por qué? Una razón puede ser económica: incluso después de que se reinició el crecimiento, no hubo un regreso a la manía de los años de burbuja. Otra razón es que los mexicanos, indocumentados o no, están volviendo en cantidades a México.

A pesar de la violencia imperante relacionada con la droga, el país empieza a parecer un lugar más atractivo para vivir. La economía ha mejorado y la tasa de fertilidad ha caído mucho, lo que significa que se necesita que los mexicanos jóvenes vuelvan a México para asumir los negocios familiares y cuidar a sus padres mayores.

Una tercera razón es una mejor aplicación de la ley en las fronteras. Durante años, muchos estadounidenses pidieron que la frontera con México se reforzara a fin de frenar la inmigración ilegal. Los presidentes George W. Bush y Barack Obama hicieron exactamente eso. Obama, en especial, aumentó el ritmo de las deportaciones.

Incluso si usted piensa que hubo un problema de inmigración ilegal a comienzos de los años 2000, el tema ha perdido mucha importancia. Si usted tiene hoy 45 años, la inmigración ilegal neta se detuvo cuando usted tenía 35.

Esos son los hechos. ¿Pero qué pasa con los sentimientos? Si los estadounidenses están sublevados por los peligros que plantean los inmigrantes, esos sentimientos a su vez merecen atención.

Pero aquí también, muestran las encuestas, no hay realmente un problema. El porcentaje de estadounidenses que le dijeron a Gallup que la inmigración debía disminuir subió después de los atentados del 11 de setiembre del 2001, volvió a dispararse durante la Gran Recesión, pero desde entonces ha caído a cerca de un tercio.

Para el 2016, una clara mayoría decía que la inmigración debía o mantenerse en su nivel presente (38%) o aumentar (21%), lo cual difícilmente pueda tomarse como un mandato para restringir la inmigración.

Por otra parte, Pew informa que el número de estadounidenses que dicen que los inmigrantes “fortalecen el país” ha subido a un máximo histórico de 59%, en tanto la fracción que dice que “sobrecargan al país” ha caído de 66% a 33% desde 1994.

Aun entre los republicanos, el número de los que dicen que los inmigrantes fortalecen el país ha permanecido aproximadamente constante y es ahora cinco puntos porcentuales más alto que a mediados de los años 1990.

De manera que no hay una gran ola anti inmigración en Estados Unidos. Sí, Trump fue elegido presidente. Pero había muchos temas que eran importantes para quienes votaron a Trump, entre ellos la economía, la política exterior y el terrorismo; la elección no debe interpretarse como un mandato de reprimir a los inmigrantes.

En cambio, el actual fervor contra la inmigración entre los más fieles partidarios de Trump podría ser simplemente un breve espasmo de ira de una estridente minoría.

Un fenómeno similar ocurrió en California en los años 1990. Enfrentado a un gran flujo de inmigrantes no autorizados, el estado eligió al gobernador contrario a la inmigración Pete Wilson en 1990.

En 1994 los votantes promulgaron la Proposición 187, que negaba educación y atención de la salud a los indocumentados. Pero el furor se extinguió después de una década. La Proposición 187 fue mayormente bloqueada por los tribunales, y con el tiempo hasta los votantes blancos de California giraron hacia la izquierda.

Así que a todos los expertos y pensadores que luchan por adaptarse a lo que perciben como una ola anti inmigración, les digo: piénsenlo otra vez, el desborde representa a una ruidosa y airada minoría.

Y el problema que irrita a esa minoría viene disminuyendo desde hace una década. Con el tiempo, a medida que la gente perciba que la inmigración ilegal ha terminado, el furor probablemente cese.

Mientras tanto, Estados Unidos no debe sucumbir al impulso de promulgar leyes draconianas. La posibilidad de un estado policial plantea un peligro mucho mayor para el estadounidense promedio que la amenaza imaginada de la inmigración.

La política de los demócratas de resistirse a las reacciones exageradas y adherirse al statu quo no representa una falta de visión, representa una negativa sensata y prudente a responder de manera exagerada a una crisis imaginaria.

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