Las elecciones presidenciales en Brasil y las perspectivas de la derecha en Sudamérica

La revista The Economist hace un completo análisis del panorama electoral en muchos países de Sudamérica, así como los factores que están detrás del giro en la postura política de la población.

(Foto: Bloomberg)
(Foto: Bloomberg)

Cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenciales en Brasil, marcará un quiebre en la corriente política de Sudamérica, tras más de doce años de hegemonía izquierdista. Incluso si Dilma Rousseff gana un segundo mandato, todo sugiere que su victoria será ajustada y que su nuevo gobierno será débil desde el arranque.

La izquierda se enfrenta a la derrota en Uruguay, donde es casi un hecho que habrá una segunda vuelta el 30 de noviembre. Hace solo unos meses, Tabaré Vázquez, del partido de gobierno Frente Amplio, parecía el ganador, pero según las últimas encuestas perderá ante Luis Alberto Lacalle Pou, el hijo de 41 años de un expresidente conservador.

Cristina Fernández de Kirchner no podrá postular el próximo año y será reemplazada por alguien más moderado.

Hay excepciones a este viraje. Una es Bolivia, donde el próximo mes Evo Morales, un socialista autocrático de ascendencia amerindia, ganará un tercer periodo presidencial gracias a sus populares políticas redistributivas y su mano dura con los medios de comunicación.

Otra es Centroamérica, donde las elecciones recientes han visto un cambio hacia la izquierda como el ocurrido en Sudamérica hace más de una década.

Pero la tendencia dominante es un retroceso de la “marea rosada” y un traslado de vuelta hacia el centro, que es explicado por dos factores.

En primer lugar, la izquierda se ha quedado sin ideas y, en algunos países, ha sido tocada por la corrupción. La campaña de Rousseff ha sido muy negativa, llena de alarmismo en torno a supuestas amenazas de la oposición contra los logros sociales obtenidos la última década con el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

Segundo, el fin del boom de las materias primas ha generado un enfriamiento económico. Aunque en muchos países de la región todavía no se ha sentido en los bolsillos de los electores, pronto ocurrirá.

Pese a ello, la derecha no puede contentarse con esperar que el poder llegue a sus manos. Debido al rápido crecimiento económico de la última década, la región ha cambiado de manera sustancial. La clase media se ha expandido, los jóvenes están mejor educados y empoderados.

Estos segmentos quieren mejores servicios públicos y la izquierda ha colocado la brecha de inequidad —de ingresos, riqueza, poder y racial— en el corazón de la agenda política.

Los gobiernos de centroizquierda se han comprometido con la redistribución y han gastado los frutos del boom de las materias primas en programas sociales. Estos pueden variar en calidad, pero a menudo traen recompensas políticas.

“En mi experiencia, los pobres en América Latina se sienten agradecidos hasta por una pequeña ayuda”, sostiene el expresidente de Colombia, César Gaviria.

En Brasil, tal gratitud otorga a Rousseff una base sólida de 35% de los votos. Ese es un problema para Aécio Neves, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña, de centroderecha.

Sobre el papel, él debería ser el beneficiario del decaimiento del PT, pues está acompañado de un impresionante equipo de tecnócratas y una poderosa maquinaria partidaria, aparte de que ha prometido inteligentes reformas económicas y políticas para restaurar el crecimiento del PBI y mejorar su democracia. No obstante, Neves nunca ha estado cerca de Rousseff en las encuestas.

Salvo que ocurra alguna otra sorpresa, es Marina Silva, centrista y exlíder del PT, quien nació en la pobreza, la que competirá contra la presidenta en una segunda vuelta.

En tanto, algunos de los aliados de Neves admiten que su problema es que es visto como un miembro de la élite política tradicional en un país sediento de cambios y de la “nueva política” que Silva promete y simboliza.

Cuando el PT advierte falsamente que sus oponentes recortarán los fondos para Bolsa Família, el programa que transfiere dinero en efectivo a 14 millones de familias pobres, la refutación de Silva tiene más peso emotivo que la de Neves. “Yo sé lo que es tener hambre”, pronunció en un poderoso discurso de campaña el 12 de setiembre.

Con sus economías desacelerándose, los electores sudamericanos deberían estar más abiertos a la agenda de prosperidad y oportunidad mediante reformas y eficiencia que ofrece la centroderecha, pero solo con la condición de que pueda adaptarse a la nueva realidad de la región. Eso significa persuadirles de que gobernará para todos y no únicamente para los ricos y poderosos.

El analista político chileno Arturo Fontaine argumenta que el retorno de la izquierda al poder en su país este año fue, en parte, debido al enojo público por los abusos del mercado, tales como las usurarias tarjetas de crédito, un oligopolio de farmacias y las prácticas fraudulentas cometidas por universidades privadas —habría que agregar el pobre servicio y los elevados cobros de muchos servicios públicos privatizados en América Latina—.

Los temores de que el poder de los candidatos a la reelección y los programas sociales clientelistas hacen imbatible a la izquierda solo aplican a autocracias como Bolivia. En el resto de países, los electores juzgarán a la izquierda por sus resultados, tal como lo hicieron con la derecha, señala Gaviria.

Es por eso que la marea rosada está retrocediendo. Pero si la derecha quiere sacar provecho, debe competir en un entorno político distinto.

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