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¿Qué pasaría si manipulamos el clima para evitar el calentamiento global?

El planeta está siendo asediado por la sequía, el aumento del nivel del mar y las lluvias extremas.

Clima

Para algunos, la solución en la lucha contra el cambio climático es manipular el propio sistema climático. Pero ¿cuáles serían las consecuencias de tales intervenciones para el ser humano y el planeta?

Es el año 2050, la temperatura media global ha superado el umbral de los dos grados centígrados. El planeta está siendo asediado por la sequía, el aumento del nivel del mar y las lluvias extremas.

En Sudamérica, los disturbios están muy extendidos debido a la actividad de empresas que han tomado vastas extensiones de tierra para poner en práctica una técnica de eliminación de dióxido de carbono de la atmósfera (CDR, en sus siglas en inglés) utilizando cultivos bioenergéticos. Esta técnica es ampliamente impulsada por la Unión Europea, cuyos Estados miembro han fracasado en el cumplimiento de sus objetivos de reducción de emisiones debido al uso continuado del carbón.

Las tensiones entre Estados Unidos y China se han intensificado. La superpotencia asiática pretende contrarrestar la sequía y el fracaso de los cultivos mediante la fumigación de grandes cantidades de aerosol de sulfato a la estratosfera, reflejando así la luz solar en el espacio para reducir las temperaturas globales.

Estados Unidos teme el impacto de esta forma de gestión de la radiación solar (SRM, en sus siglas en inglés) en el sistema climático mundial, mientras que una coalición liderada por China espera que frene los peores efectos del calentamiento.

De vuelta al presente, el CDR y el SRM se encuentran todavía en su infancia experimental, pero algunos creen que serán necesarios si no conseguimos nuestro objetivo de mantener el calentamiento por debajo del límite de los dos grados centígrados, establecido en el acuerdo climático de París.

“El acuerdo de París ha cambiado el tono en el que se habla de la ingeniería climática”, dice Stefan Schäfer, que dirige un proyecto de evaluación de riesgos y oportunidades de la geoingeniería para la sociedad en el Instituto de Estudios Avanzados de Sostenibilidad (IASS, en sus siglas en inglés), en Potsdam.

Con los ambiciosos objetivos de París en mente, estos conceptos que antes parecían futuristas, ahora son mucho menos abstractos. “Esa es una especie de visión hiperantropocénica”, dice Schäfer, refiriéndose a la época geológica en la que hemos entrado debido al profundo impacto que ejerce la actividad humanidad sobre la Tierra.

Escala sin precedentes

La producción de bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, en sus siglas en inglés) es la estrategia de eliminación de carbono incorporada en algunos de los escenarios del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas para reducir las emisiones globales de CO2. A menudo es descrita por sus partidarios como una “tecnología de emisión negativa” ya que supuestamente elimina el CO2 de la atmósfera.

Como en nuestro escenario futuro anterior, el método consiste en plantar árboles y cultivos que eliminan el carbono de la atmósfera a medida que crecen, y en última instancia se utilizan como biomasa. Las emisiones resultantes de la quema de biomasa para obtener energía se capturan inmediatamente y se almacenan bajo tierra.

“Mucha gente cree es inofensivo”, dice Miranda Boettcher, investigadora asociada del IASS. “La gente piensa que plantar árboles no es un problema, pero en realidad hay muchas dificultades asociadas”, dice a DW.

Según la mayoría de los escenarios propuestos, tendríamos que eliminar varios miles de millones de toneladas de CO2 de la atmósfera al año para evitar los efectos catastróficos del calentamiento global. Para lograrlo con la ayuda de las BECCS, necesitaríamos monocultivos a una escala sin precedentes. Algunas simulaciones por ordenador sugieren la necesidad de una superficie de tierra de 1,5 veces el tamaño de la India. Además de que la tierra necesaria para ello no estaría disponible sin conflicto, también podría tener consecuencias devastadoras para la biodiversidad y la seguridad alimentaria.

“Si queremos reducir de forma significativa las concentraciones de carbono a tal escala, necesitamos construir una industria desde la base e incluir todo lo relacionado con ella, desde la demanda energética hasta el impacto sobre la biodiversidad y la producción de alimentos”, aclara Schäfer.

Aventuras en la estratosfera

La pulverización de partículas reflectantes a la atmósfera no forma parte de las estrategias de emisión del IPCC. Sin embargo, el panel de la ONU lo describe como una forma de “mitigar hasta cierto punto el calentamiento global y algunas de sus consecuencias”.

También se están investigando otras tecnologías de SRM, como la construcción de espejos en el espacio para desviar los rayos solares, pero se considera demasiado costoso y complicado de implementar. Por otra parte, la pulverización de aerosoles se considera barata y viable. Sin embargo, es probablemente la más controvertida de las tecnologías. Además de implicar una intervención directa en el sistema del planeta con consecuencias en gran medida inciertas, no aborda las causas desencadenantes del cambio climático.

Asimismo, plantea grandes interrogantes como, por ejemplo: ¿quién conseguiría establecer el termostato global y cómo podemos evitar el conflicto entre las naciones sobre el impacto de los efectos indirectos?

Certezas e incertidumbres

Lo que está bastante claro es que la fumigación de sulfato, u otro tipo de aerosoles, a una distancia de al menos 19 kilómetros dentro de la estratósfera para reflejar la radiación solar en el espacio reduciría las temperaturas globales.

Tal enfriamiento se observó después de la violenta erupción volcánica del Monte Tambora en Indonesia, en 1815, y causó una caída en picado de las temperaturas en la Tierra. El año pasó a la historia como un “año sin verano” y trajo consigo enormes pérdidas de cosecha.

Para comprobar cómo se comportan los aerosoles en la estratósfera sería necesario un experimento de campo a escala equivalente a la implementación real. Debido a que no es una opción viable, científicos de Harvard, liderados por el físico David Keith, están planeando un ensayo comparativamente pequeño para poder medir la microfísica del aerosol y sus efectos en la química atmosférica.

Sin embargo, como sus hallazgos no revelarán nada acerca de los efectos climáticos globales, los investigadores no tienen más remedio que confiar en modelos matemáticos computarizados que replican imperfectamente el mundo real. Algunos muestran que la reducción de la radiación solar entrante provocaría una disminución de las precipitaciones y la disponibilidad de agua en los trópicos, mientras que otros indican una recuperación más lenta del ozono antártico.

“El factor de incertidumbre es enorme”, dice Ulrike Niemeier, investigadora del Instituto Max Planck de Meteorología de Berlín en cuestiones de gestión de la radiación solar. Y no sólo se refiere a aspectos científicos.
Si, por ejemplo, el clima se sometiera a un acto de manipulación humano y un país determinado sufriera una sequía repentinamente, ese país podría emprender acciones legales. O peor. “Mi principal preocupación son las relaciones internacionales”, dice Niemeier. “Esto podría causar problemas, e incluso ser motivo de guerra”, aclara.

Para evitar conflictos, los países tendrían que establecer procedimientos de toma de decisiones y de votación sobre si manipular el clima global y cómo hacerlo. Es necesario aclarar regímenes de responsabilidad e indemnización, incluso cuando no sea posible remontar el origen de un evento climático extremo a la fumigación con aerosol.

¿El menor de dos males?

Mientras tanto, científicos y politólogos, especialistas en ética y economistas del IASS y de otras instituciones alemanas, están elaborando una hoja de ruta para resolver todos estos problemas. Quieren saber si la manipulación climática puede estar justificada o no y bajo qué circunstancias. También se trata de redactar un código de conducta voluntario y no vinculante, que regule la realización de experimentos por parte de científicos, institutos o países.

No obstante, algunos, como Lili Fuhr, que dirige el departamento de ecología y desarrollo sostenible de la Fundación Alemana Heinrich Böll, sostienen que la geoingeniería puede y debe evitarse a favor de “opciones mucho más transformadoras donde existen tecnologías”.

Entre ellas se incluye la eliminación gradual y controlada de la producción de combustibles fósiles, la reducción de la demanda energética y de los recursos mediante el uso de un enfoque de economía circular (basada en una sociedad del reciclado) y la eliminación del carbono de la atmósfera mediante la protección y restauración de los ecosistemas naturales y los bosques. Sin embargo, falta voluntad política para una transformación tan radical, según Fuhr.

Ese es un sentimiento que también comparten quienes evalúan la ingeniería climática. Schäfer dice que las soluciones tecnológicas podrían distraer la atención de la necesidad de una transición a una economía libre de carbono.

La geoingeniería es vista como un “mal menor” que no satisface particularmente a nadie.

Puede que llegue su hora o no, pero si lo hace, habrá que estar preparado. De lo contrario, según Schäfer, podemos “caer en una situación en la que una acción sea más probable que deseable, y nos pille por sorpresa, sin haber reflexionado anteriormente”, concluye.

(Fuente: Deutsche Welle )