Los esfuerzos hacia la integración regional de América Latina y el Caribe no son nuevos. Desde por lo menos los años 60, la región ha experimentado con diversas formas de integración con miras a que lazos económicos más fuertes entre nuestros países puedan conducir a sociedades más prósperas.
Durante los años 90, una revitalización de esta estrategia se tradujo en la proliferación de acuerdos comerciales y reducciones arancelarias. De hecho, antes del año 2000, el país promedio en América Latina y el Caribe tenía un acuerdo comercial preferencial con cerca de cuatro socios regionales; para el 2013 esta cifra era cerca de 10.
A pesar de estos esfuerzos, la proporción de las exportaciones intrarregionales en las exportaciones totales se ha mantenido en alrededor del 20 por ciento. Claramente, hay todavía mucho terreno por recorrer.
Cabe recordar aquí que la integración regional no es un fin en sí mismo, sino un instrumento para acelerar el crecimiento económico y generar así las condiciones para continuar reduciendo la pobreza y elevar el nivel de vida de la población.
No sorprende entonces que los esfuerzos de integración intrarregional estén cobrando fuerza ante la necesidad de encontrar nuevos motores de crecimiento. La región lleva seis años de bajo crecimiento, incluyendo dos años de recesión económica, que amenazan con estancar la gran transformación social de la década pasada.
La Alianza del Pacífico, conformada por Colombia, Chile, México y el Perú, y el nuevo acercamiento entre esta Alianza y Mercosur, fundada por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, son ejemplos de este esfuerzo.
Y no son solo los líderes y gestores de políticas latinoamericanos los que están promoviendo la integración; la última encuesta de Latinobarómetro encontró que el 77 por ciento de la población está a favor de la integración económica con países vecinos y con el mundo.
Desde el Banco Mundial queremos contribuir a estos esfuerzos con nuestra investigación y conocimiento. El nuevo informe “Mejores vecinos: Hacia una renovación de la integración económica en América Latina” busca ofrecer argumentos sustentados para un acercamiento más amplio y profundo entre los países de la región.
El informe propone revitalizar la integración entre nuestros países con el doble beneficio de reducir trabas al interior de la región y mejorar así nuestra capacidad de competir a nivel mundial.
Esto implica ir más allá de una simple reducción de aranceles. El país promedio latinoamericano aplica hoy un arancel del 8 por ciento a sus socios comerciales, muy por debajo al arancel del 12 por ciento que aplicaba a mediados de los 90. Pero aun así los exportadores latinoamericanos siguen enfrentando costos de comercio que son el doble de los de países de Asia y el Pacífico.
Estos costos se atribuyen, por ejemplo, a elevados costos de transporte asociados a los déficits de infraestructura evidentes en la región. También son el resultado de una escasa armonización regulatoria que puede hacer menos eficiente el paso de cargamentos entre fronteras.
El beneficio de un mayor acercamiento no solo radica en reducir trabas al comercio. Más importante aún es el hecho de que dicho acercamiento abre oportunidades aún no aprovechadas para ser más productivos.
Consideren, por ejemplo, el potencial de explorar economías a escala. Una mayor integración entre países pequeños, como los de las islas del Caribe, les daría oportunidades que hoy no tienen para entrar a economías más grandes y ser más competitivos.
O el potencial de aprovechar plenamente los avances ya significativos en integración energética, armonizando normas regulatorias. Una regulación simplificada podría, por ejemplo, incentivar intercambios de electricidad entre los países centroamericanos, dando como resultado una fuente de energía más confiable y menos costosa para todos.
Todo esto ilustra que la competitividad no depende solamente de la política comercial de cada país. No es suficiente con que cada país reduzca sus aranceles. El potencial de crecimiento de una integración más profunda dependerá de que el esfuerzo vaya más allá y abarque medidas conjuntas que requerirán creatividad, visión a largo plazo y coordinación entre países.
Además, deberá complementarse de políticas enfocadas a apoyar a aquellas personas que no estén en posición de sacar provecho inmediato, de tal forma que no queden rezagadas. Invertir en nuestra gente debe seguir siendo prioritario; crear igualdad de oportunidades, atendiendo temas como la calidad de la educación pública, será fundamental para generar las habilidades que el mercado laboral del futuro demandará de nuestro capital humano.
A largo plazo, creemos que el ímpetu que ha surgido en la región para integrarnos más y mejor nos brindará los réditos de no solo habernos acercado más entre nosotros, sino de haber logrado con ello un mayor crecimiento sostenido, indispensable para reducir la pobreza y aumentar la prosperidad de nuestra región.
Jorge Familiar
vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe