¿Sobrevivirán los 'think tank' a la posverdad?

La desinformación y el auge de los populismos, como el que ha aupado a Donald Trump a la Casa Blanca, cuestionan la influencia de estos laboratorios de ideas y obligan a pensar sobre su futuro.

Que el Diccionario Oxford entronizara en el 2016 el término posverdad como palabra del año es un síntoma muy revelador de los tiempos que vivimos. En su definición más pura, este neologismo “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Aunque si se escarba un poco más, la posverdad asoma como una representación léxica de la conmoción, y cierto sentimiento de incredulidad, que ha supuesto el Brexit o el desembarco en la Casa Blanca del polémico Donald Trump. Pese a la omnipresencia actual de este término, en realidad se trata de un fenómeno mucho más antiguo.

La “política posverdad” apareció por primera vez en el 2010 en una revista satírica norteamericana llamada Grist, especializada en información medioambiental.

El que alumbró el término fue el periodista David Roberts y con él se refería a los políticos que negaban el cambio climático, pese a las evidencias científicas. Siete años después, el neologismo se ha desprendido de su génesis medioambiental para quedar fagocitado como un elemento más de la vida política.

“Hartos de los expertos”
El diputado británico Michael Gove, ferviente defensor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea, lo resumió de manera fabulosa en una frase durante los prolegómenos del referéndum del pasado 25 de julio: “La gente de este país está harta de los expertos”.

Con esta declaración, el que fuera ministro de Educación durante cuatro años en el gobierno de David Cameron, estaba respondiendo a las advertencias del Banco de Inglaterra, de los principales empresarios y de todos aquellos pensadores, politólogos y economistas que alertaban de las consecuencias del Brexit.

De este modo, y como ya hiciera antes Andrés Calamaro en su célebre canción, Gove animó a los ciudadanos británicos a escuchar “el tilín” de sus corazones y a dejarse guiar por sus juicios. Lo que en la práctica supone un feroz ataque al centro de gravedad de las instituciones que han armado la columna vertebral del sistema liberal desde el final de la Segunda Guerra Mundial: los think tank.

Nunca, desde la extinción de los totalitarismos en Europa, los políticos han abusado tanto de la mentira, o de las medias verdades, de la posverdad en suma, como en este momento. Esto coincide a su vez con la mayor crisis de los think tank en mucho tiempo.

Según los datos de la Universidad de Pensilvania, referencia en este campo, hoy existen más de 6,800 centros de pensamiento en todo el mundo. Sin embargo, desde el 2014, su número ha caído por primera vez en 30 años y la fuerza de los movimientos populistas, como el que ha aupado a Donald Trump a la Casa Blanca, o los que amenazan con desmembrar la Unión Europea si llegan al poder en el frenético calendario electoral que se avecina en los próximos meses, preocupan al gremio.

El exministro de Educación con David Cameron, Michael Gove
“Lo que vino a decir el ministro inglés es: no escuchéis a los que saben que así os podemos engañar mejor”, resume el director de la Fundación Alternativas, Nicolás Sartorius.

El veterano periodista asegura por teléfono sentirse “muy preocupado” por la xenofobia, el racismo y el germen nacionalista de las nuevas formaciones políticas, y rechaza de plano cualquier responsabilidad de los think tank en la deriva populista hacia la que se desliza la democracia en Occidente. “No es un problema de expertos.

Los ciudadanos si hacen caso o no, es a los partidos políticos, a las televisiones, a la prensa, a la radio… La labor de los centros de pensamiento es la de elaborar diagnósticos sobre los problemas y proponer remedios, pero las decisiones se toman en las esferas políticas, empresariales y sindicales”.

Desinformación
En efecto, la responsabilidad de los think tank en la pasión con que la mitad del electorado norteamericano se ha entrega a un candidato antiestablishment y antintelectual como Trump es cuanto menos limitada, por no decir nula.

No obstante, su escasa influencia a la hora de modelar el discurso del republicano y las dificultades que han encontrado para imponer la realidad de los hechos frente a las invectivas tuiteras del magnate, ponen en cuestión su labor.

“En una civilización del espectáculo, donde los programas más importantes en televisión son realities y donde priman los 140 caracteres de Twitter, Trump no es un accidente”, afirma el director general de Faes, Javier Zarzalejos.

“Es necesario que haya instituciones que produzcan información de calidad”, opina el profesor James McGann.

Para reivindicar el trabajo que hacen desde estos centros de pensamiento y recuperar la influencia perdida, el profesor James McGann, director del Programa de Think Tank y Sociedades Civiles de la Universidad de Pensilvania (TTCSP), ha puesto en marcha un ciclo de conferencias en ciudades de todo el mundo para explicar el valor de la verdad, en un momento en que se imponen las fake news y la propaganda política.

“En la era de las guerras de noticias, es necesario que haya instituciones respetadas que produzcan información de calidad y acreditable. Los think tank sirven como contrapeso al proporcionar análisis basado en hechos que sirve como verificación de lo que dicen y hacen los actores políticos y lo que aparece en Internet”, explica McGann a Expansión.

Paradójicamente, en la era de la información, cuando más medios tiene a su alcance el ciudadano para permanecer informado, lo que se imponen son las versiones adulteradas que envenenan el debate público.

Mensajes como los que publica el presidente Trump en su cuenta de Twitter tampoco ayudan a poner coto al fenómeno de la posverdad: “Cualquier encuesta negativa es mentira, como los sondeos de CNN, ABC, NBC en las elecciones.

Lo siento, la gente quiere seguridad fronteriza e investigaciones de antecedentes”, martilleó el pasado lunes en su smartphone el magnate desde su despacho en la Casa Blanca.

Un mensaje de tintes orwellianos (“La guerra es la paz/la libertad es la esclavitud/la ignorancia es la fuerza”, decían los eslóganes del Partido en su novela 1984) que hay que sumar a la retahíla de descalificaciones que ha proferido contra los medios desde que comenzara su campaña.

Medios
Y es que no se puede entender el fenómeno Donald Trump, ni el Brexit ni el declive de los think tank, sin acudir a la crisis que viven los medios de comunicación tradicionales y sus problemas de credibilidad entre las capas menos letradas de la población. “En Estados Unidos, a pesar de sus grandes universidades, siempre ha existido una pulsión intelectual muy fuerte.

No está bien visto leer libros salvo en las élites de la costa Este y Oeste”, apunta Charles Powell, director del Real Instituto Elcano, que añade: “Para el americano medio su principal fuente de información ha sido siempre los periódicos y las radios locales. La información siempre ha estado muy fragmentada, por eso Trump ha tenido especial interés en demonizar a cabeceras tradicionales, como The New York Times o The Washington Post, que son el último bastión de las noticias contrastadas”.

No obstante, esta era de la desinformación plantea en opinión del profesor de la Universidad de Pensilvania un reto para los laboratorios de ideas. “El nuevo papel de los think tank debe consistir en ayudar a clasificar lo bueno, lo malo y lo peligroso que aparece en Internet. Esto también es un reto porque requiere que los think tanks sean más inteligentes, rápidos y mejores que aquellos que están publicando rumores y noticias falsas”.

¿Peligro?
Pero, ¿está realmente en peligro la supervivencia de estos pilares del liberalismo? Para Powell, del Real Instituto Elcano, “es muy probable que se produzca un declive de los think tank en Estados Unidos porque van a contar con menos recursos.

El trumpismo ve con suspicacia el pensamiento crítico y no van a tener mucho interés en fomentar la existencia de instituciones que puedan cuestionar su relato”. Pese a ello, ve razones para el optimismo.

“Trump está generando una enorme respuesta de la sociedad civil, e instituciones como la nuestra emergen de esa misma sociedad civil. Esto va a generar una nueva demanda de think tank que ofrezcan análisis certeros en asuntos polémicos como el cambio climático, el energético o el de las migraciones”, añade.

“Trump generará una demanda de centros sobre migraciones o cambio climático”, señala Charles Powell.

Una opinión compartida por el director general de Faes: “Estamos en un periodo en el que se están poniendo de manifiesto cuestiones muy serias. Yo creo que se va a tomar conciencia de que hay ciertos problemas que no son coyunturales y que para resolverlos no son suficientes los 140 caracteres de Twitter. Soy optimista sobre el papel que van a tener que jugar todas aquellas organizaciones que puedan hacer una aportación estimable a la sociedad”.

Se tratará, no obstante, de un periodo largo. En Estados Unidos, las controvertidas medidas del presidente Trump parecen no haber hecho mella en sus índices de aprobación, mientras que en Europa los partidos ultras, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, encabezan las encuestas.

“Un periodo en el que los medios de comunicación y los think tank se enfrentan a un desafío existencial y tendrán que luchar por su propia supervivencia”, recuerda McGann.

“Porque nadie sabe hacia dónde caminan los Estados Unidos, porque nadie sabe hacia dónde camina la vida política en la Tierra”, sentencia el escritor Manuel Vilas en su último libro, América.

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