The Economist: No somos extraterrestres

La economía conductual (o del comportamiento) está progresando, pero todavía tiene mucho camino por recorrer.

Para los economistas jóvenes y brillantes, la economía conductual es el camino a seguir.
Para los economistas jóvenes y brillantes, la economía conductual es el camino a seguir.

Dependiendo del clima o de la demanda, los taxistas tienen días buenos y malos. Si fuesen racionales, trabajarían más en los días buenos –para maximizar sus ingresos– y se irían pronto a casa cuando la clientela escasea, pero hacen lo contrario. Al parecer, tienen una meta mental de ingresos diarios y trabajan lo suficiente para alcanzarla.

Es que los seres humanos no siempre actuamos de manera lógica. Si obtenemos algún dinero extra, lo tratamos de forma distinta que a nuestro sueldo mensual. Valoramos más algo que tenemos que algún objeto que podríamos adquirir fácilmente. Y nuestras respuestas dependen del contexto: pensamos que los cargos de las tarjetas de crédito son injustos, pero creemos que un descuento por pagar con efectivo es razonable.

Nada de esto sorprende, pero no es tomado en cuenta en muchos modelos macroeconómicos, que tienden a asumir que las personas vienen del planeta Vulcano y que todas maximizan fríamente sus utilidades en todo momento. En contraste, durante las últimas tres a cuatro décadas, la economía conductual (o del comportamiento) ha explorado la forma en que los individuos toman sus decisiones y ha concluido que somos más parecidos al capitán Kirk que al señor Spock (los personajes centrales de “Star Trek”).

En un nuevo libro, el economista conductual Richard Thaler describe sus esfuerzos para persuadir a sus colegas sobre su teoría. Es que al principio, los resultados de las investigaciones fueron considerados triviales o la consecuencia de experimentos de laboratorio irreales. Se argumentaba que en el mundo real la gente común no siempre piensa con claridad, pero que los profesionales que toman las decisiones importantes, sí.

No obstante, Thaler muestra de manera prolija que, por ejemplo, los entrenadores y propietarios de los equipos profesionales de fútbol americano cometen errores consistentemente cuando reclutan a sus nuevos jugadores y que ponen demasiado énfasis en los primeros deportistas que eligen.

Preguntar a la gente cómo se comporta ha sido visto como algo superficial.

Al respecto, Thaler escribe que, “hasta el día de hoy, la frase ‘datos de una encuesta’ se escucha raramente en los círculos económicos sin que esté acompañada del adjetivo ‘meros’”. Milton Friedman sostenía que una teoría no debía ser juzgada por el realismo de sus supuestos sino por la precisión de sus predicciones.

En un adorable pasaje de su libro, Thaler relata sus intentos de explicar la teoría del ahorro a una sala llena de sicólogos. “Permanecieron atónitos e incrédulos, preguntándose cómo sus colegas de la facultad de Economía podían tener puntos de vista tan descabellados sobre el comportamiento humano”.

Quienes sí han tomado nota son los políticos. El Gobierno de Reino Unido ha instalado un equipo de análisis conductual a fin de que sus políticas sean más efectivas. Ahora ya se acepta que la forma en que se ofrecen las opciones afecta las decisiones, por ejemplo, cuando se solicita a las personas si desean acogerse a un plan de jubilación o si aceptan donar sus órganos, en lugar de pedirles que escojan. El efecto es sustancial, aunque no debería ser el caso si los individuos fuesen perfectamente racionales.

Este enfoque funciona en cualquier circunstancia. Por ejemplo, fijar tickets de estacionamiento adhesivos de color anaranjado brillante a las ventanas de los autos –en lugar de un papel debajo del parabrisas–, atrae la atención de los conductores y hace que lo piensen dos veces antes de estacionarse en lugares prohibidos, pues el riesgo de ser “pescados” parece ser mayor.

Asimismo, enviar cartas a los contribuyentes morosos diciéndoles que la mayoría ya pagó sus impuestos, hace que aumente la probabilidad de que cumplan su obligación con el fisco.

En el nivel microeconómico –las acciones de las empresas y los individuos–, la economía conductual está bien arraigada. Thaler preside este año la Asociación Estadounidense de Economía y su sucesor para el 2016, Robert Shiller, también es seguidor de esa teoría.

La lucha ha sido con la macroeconomía –el comportamiento de la economía como un todo–. Tal como sucede con la división entre la física cuántica y la física clásica, no está claro si la economía conductual podrá conciliarse con la teoría dominante, pues, como escribe Thaler, “no realiza predicciones fácilmente refutables y la data es relativamente escasa”. Es que es difícil conducir experimentos de laboratorio sobre el conjunto de la economía.

Pero es seguro que, considerando que la mayoría de economistas no pudo predecir la crisis financiera, debería hacerse un intento para incorporar el análisis conductual al nivel macro. Thaler tiene una sugerencia: en lugar de que la devolución de impuestos se realice con un único pago, hagámoslo en cuotas; será más probable que la gente gaste ese dinero y no lo ahorre. Es un comienzo modesto, pero para los economistas jóvenes y brillantes, este campo de la economía es el camino a seguir.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2015

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