The Economist: Silicon Valley versus Trump

Las firmas tecnológicas están abandonando su neutralidad política y social.

Zuckerberg dice que quiere donar el 99% de su fortuna, pero su compañía solo ha pagado una tasa impositiva de 6% en los últimos cinco años.
Zuckerberg dice que quiere donar el 99% de su fortuna, pero su compañía solo ha pagado una tasa impositiva de 6% en los últimos cinco años.

A inicios del 2016, The Economist se reunió con una luminaria de Silicon Valley. De gran inteligencia y poca modestia, el emprendedor sostuvo que no importaba quién sería electo presidente de Estados Unidos porque la política se había vuelto irrelevante. Las firmas tecnológicas y sus líderes continuarían desarrollando fenomenales productos, independientemente de quién ocupase la Casa Blanca.

Pero ahora, Silicon Valley está inmerso en uno de los líos armados por Donald Trump. Los grupos tecnológicos fueron los primeros entre las grandes empresas en vapulear la orden ejecutiva del 27 de enero, que prohíbe temporalmente el ingreso al país de ciudadanos de siete países mayoritariamente musulmanes (un centenar de firmas tecnológicas presentó esta semana documentos legales para apoyar la suspensión de la orden, dictada por un juez federal).

Un mes antes, los CEO de estas y otras firmas rindieron homenaje al ahora presidente en la Torre Trump de Manhattan, sonriendo para las cámaras mientras Trump prometía: “Estoy aquí para ayudarles, amigos”; pero la luna de miel ha terminado abruptamente pues los inmigrantes son muy importantes para el sector tecnológico. Las tendencias liberales de esta industria también juegan un papel —sus empresas tienen pocos republicanos en sus directorios—.

La atracción de mentes brillantes de todo el mundo está en el núcleo del modelo de negocio tecnológico. Incluso muchos de los fundadores y CEO de estas firmas son inmigrantes o hijos de inmigrantes, como Steve Jobs, cuyo padre biológico es sirio (y llegó al país como refugiado político). La mitad de las startups estadounidenses valorizadas en más de US$ 1,000 millones fue fundada por migrantes.

Si bien el sector ha respaldado la inmigración, nunca tuvo como hábito tomar posición sobre temas políticos. Pero ahora que lo ha hecho, sus propias hipocresías también llamarán la atención. Es que durante décadas, los CEO tecnológicos han promovido un doble discurso para explicar su éxito: es la recompensa que sus líderes reciben por haber creado productos extraordinarios, pero las consecuencias económicas y sociales, no todas ellas buenas, no son su responsabilidad.

El sector argumenta que esas consecuencias son el resultado de cambios tecnológicos inevitables que responden a las demandas de la sociedad, una lógica que ha permitido a sus empresas evadir su responsabilidad por el contenido bilioso o pirateado que divulgan, y por las pérdidas de empleos que provocan —sin mencionar su estructura oligopólica—. En suma, Silicon Valley se jacta de su poder pero al mismo tiempo se encoge de hombros ante su impotencia.

La campaña electoral evidenció que este truco ya no funciona, pues todas las firmas tecnológicas son actores políticos de peso. Los políticos utilizan Twitter y Facebook, la publicidad en redes sociales y la exploración de data. Las plataformas tecnológicas son utilizadas para diseminar noticias falsas. Además, el sector es un actor prominente en el debate económico que sustenta al populismo.

Las pérdidas de empleos en la manufactura, que enfurecen a los estadounidenses, son más el resultado del avance tecnológico que de la globalización, y las pilas de dinero que se acumulan en el extranjero y que Trump quiere traer al país, pertenecen mayoritariamente a las firmas tecnológicas. Encima, el sector solo reinvierte 24 centavos por cada dólar que gana, mientras que las otras empresas no financieras reinvierten 50 centavos.

Desde las elecciones, el sector ha comenzado a sincerarse. Google y Facebook han anunciado medidas para abordar las noticias falsas. En enero, Mark Zuckerberg dijo que viajará a 30 estados para reunirse con ciudadanos comunes y saber cómo la tecnología y la globalización les han afectado.

Mostrarse como actores muy importantes en la sociedad estadunidense mejora la imagen de los CEO tecnológicos, lo mismo que defender sus principios en asuntos como la inmigración. Es más honesto, bien acogido por los empleados y quizás también por los consumidores. Los usuarios de las firmas tecnológicas orientadas al consumo son principalmente jóvenes y extranjeros, grupos que no simpatizan con Trump.

Como protesta por el veto migratorio, los taxistas de Nueva York se negaron a hacer carreras al aeropuerto JFK, pero Uber no se les unió y tuvo que sufrir las consecuencias: el hashtag “#DeleteUber” se hizo viral (sometido a muchas presiones, incluyendo las de sus empleados, su CEO, Travis Kalanick, ha abandonado el consejo de asesores de Trump).

Sin embargo, todavía queda un largo camino por recorrer. A menudo, el sector considera que la rectitud y la moral solo existen cuando favorecen sus intereses. Por ejemplo, el año pasado el CEO de Apple, Tim Cook, dijo que la demanda de la Unión Europea para que la compañía pague más impuestos era “porquería política” y, en diciembre, Apple accedió a excluir la aplicación de The New Tork Times en China, donde la tecnológica obtiene más del 20% de sus ventas.

Zuckerberg sigue el mismo patrón: dice que quiere donar el 99% de su fortuna y que cree en la libertad expresión, pero su compañía solo ha pagado una tasa impositiva de 6% en los últimos cinco años, aparte que también se ha rendido ante los censores chinos. Oligopólico, arrogante y despiadado, Silicon Valley no es un símbolo de liderazgo moral.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
*© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2017*

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