The Economist: Temores fundados

Con sus repetidas alzas de la tasa de interés, la Reserva Federal podría truncar la recuperación de la economía estadounidense.

Cuando se trata de la inflación, la Reserva Federal (Fed) suele parecerse a un niño que acaba de ver una película de terror no apta para su edad: sus funcionarios creen que hay alzas descontroladas de precios al acecho en todo lugar. El 14 de junio, la entidad elevó su tasa de interés por tercera vez en seis meses, pese a que la inflación en Estados Unidos continúa por debajo de su meta (2%), como lo ha estado la mayor parte de los últimos cinco años.

Algunos críticos consideran que esa meta es muy restrictiva. En efecto, la presidenta de la Fed, Janet Yellen, se mostró abierta a la idea de elevarla, tal como ha recomendado un grupo de destacados economistas. Sin embargo, el principal problema de la entidad no es tanto su meta de inflación sino su inclemente pesimismo en la productividad del país. Y si esa sombría visión es incorrecta, la Fed es en parte culpable del lento crecimiento de la economía estadounidense.

En general, los economistas consideran que el crecimiento de la productividad es un factor “real”, fuera del control del banco central. Por tanto, depende de aspectos como el avance tecnológico, los niveles de aptitud de los trabajadores y la flexibilidad de la economía. Pero esa expansión es cíclica: varía dependiendo de si la economía está boyante o deprimida, de modo que los bancos centrales deberían tener una mayor influencia sobre ella de lo que están preparados a admitir.

Inflación y desempleo
El crecimiento de las economías tiene un límite, el cual está determinado por los cambios en la población y la productividad. Cuando el desempleo es elevado, la economía puede crecer por encima de ese límite sin que la inflación se acelere, dado que las empresas pueden ampliar su producción con la contratación de personas desempleadas.

Esta opción desaparece a medida que el desempleo se reduce. A la larga, las empresas que buscan crecer deberán aumentar sus salarios para atraer a los trabajadores de otras empresas. Dado que sus costos salariales aumentan, tienen que elevar sus precios, con lo que alimentan un ciclo de aceleración inflacionaria.

“El riesgo sería que la economía podría entrar en crisis con una tasa de desempleo muy, muy baja”, señaló el presidente de la oficina de la Fed en Nueva York, William Dudley, el 19 de junio, describiendo un escenario que muchos estadounidenses podrían considerar poco preocupante.

Más que solo precios
Es que antes de alcanzar ese punto, las empresas tienen otras formas de manejar una demanda en aumento. Por ejemplo, pueden alargar el horario de trabajo o imponer una mayor carga laboral. Algunas cuentan con la posibilidad de tercerizar con proveedores del exterior o invertir en robots.

Y el incremento de los salarios no necesariamente tiene que trasladarse a los precios. Las empresas podrían optar por reducir sus utilidades en lugar de elevar sus precios y perder participación de mercado. También podrían emparejar los aumentos salariales con inversión en capacitación y equipos, a fin de elevar la productividad de sus trabajadores.

En una economía en la que el banco central permite que la inflación fluctúe, tendría que ser obvio cuando todas estas oportunidades se han agotado: cuando la inflación comienza a subir considerablemente. Así que mientras la inflación se mantenga baja y estable, es posible que las decisiones empresariales para impulsar la productividad todavía se mantengan en espera.

¿Podría estar ocurriendo eso en estos momentos? Alguna evidencia indica que sí. Hasta mediados de la década de 1980, la productividad en Estados Unidos crecía más cuando un boom económico cogía velocidad, y se ralentizaba durante las recesiones.

Desde entonces, ha ocurrido lo contrario: el crecimiento de la productividad se acelera en las recesiones y pierde tracción durante los booms. Los cambios estructurales en la economía podrían explicar esta permutación, tales como la mayor flexibilidad del mercado laboral, pues facilita a las empresas despedir trabajadores en los malos tiempos, con lo que se eleva la productividad promedio; y posteriormente pueden volver a contratar personal poco calificado.

Pero es probable que otros factores sean igual de importantes, según sostiene con un estudio publicado el año pasado por John Fernald, de la oficina de la Fed en San Francisco, y Christina Wang, de la oficina de la Fed en Boston. En particular, la tecnología podría estar contribuyendo de una nueva manera con las fluctuaciones económicas.

Procedimientos rutinarios
Durante la época en que la productividad comenzó a elevarse durante las recesiones, la economía de Estados Unidos también empezó a sufrir un brote de recuperaciones sin creación de empleo.

Un artículo de investigación publicado por Nir Jaimovich, de la Universidad de Zúrich, y Henry Siu, de la Universidad de Columbia Británica, argumenta que esto se debe a que las empresas reaccionan a las recesiones eliminando empleos rutinarios —como el trabajo repetitivo o la operación de call-centers— a través de la reorganización, tercerización o automatización.

Las empresas utilizaban las recesiones para implementar cambios estructurales orientados a reducir el trabajo físico, los cuales elevaban la productividad y hacían posible que, en las etapas iniciales de las recuperaciones económicas, fuese más fácil acomodarse al aumento de la demanda sin tener que contratar más trabajadores.

El viraje hacia un mundo con baja inflación puede ayudar a explicar este fenómeno. Las empresas no tienden a reducir los salarios nominales de sus trabajadores y, cuando los precios en el mercado aumentan poco, no pueden generar grandes ahorros si mantienen las remuneraciones constantes. Por consiguiente, casi no tienen otra alternativa que realizar despidos —y tomar medidas adicionales para que los trabajadores remanentes, y caros, eleven su productividad—.

Tecnología y política monetaria
Es más, el avance tecnológico es en sí mismo contradictorio si el banco central no reconoce que está en marcha, según sostiene un estudio seminal, publicado el 2006 por Susanto Basu, del Boston College, John Fernald y Miles Kimball, de la Universidad de Colorado.

Generalmente, las nuevas tecnologías reducen la demanda laboral y la inflación en el corto plazo. Pero eso no ocurriría si los bancos centrales estuviesen al tanto de que tal efecto está materializándose y respondiesen con una política monetaria que se acomode a la tendencia. Sin embargo, rara vez lo hacen.

Hubo una excepción. En marzo de 1997, la economía estadounidense parecía estar funcionando cerca de su máxima capacidad, la inflación bordeaba el 2% y la tasa de desempleo se mantenía en 5.2%. A los ojos de la Fed, entonces presidida por Alan Greenspan, el momento de ajustar la política monetaria estaba muy cercano.

No obstante y pese a que el directorio de la Fed votó por aumentar la tasa en 0.25 puntos porcentuales, desechó sus planes de una serie de alzas subsecuentes pues se produjo un cambio de opinión colectivo. A la larga, el desempleo se ubicó en menos de 4%. Habría que remontarse hasta principios de los 80 para encontrar un periodo en el que el crecimiento de la productividad y de los salarios reales haya sido similar al de finales de los 90.

La única forma de saber si Estados Unidos puede manejar un desempeño de esa naturaleza es testear los límites de su economía. La transición de una meta de 2% hacia una mayor ofrecería la posibilidad de efectuar ese experimento. Pero en las circunstancias actuales, un banco central empeñado en mantener una inflación baja y estable se arriesga a truncar una recuperación en lugar de incentivarla.

Traducido para Gestión por: Antonio Yonz Martínez

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