La brecha salarial y las motivaciones en juego

Las personas no nos movemos exclusivamente por motivaciones de satisfacción económica. Eso sí, parece ser que los hombres tienen una mayor tendencia a funcionar así que las mujeres.

En un momento de aparente sensibilidad hacia las diferencias de género, especialmente en los contextos de tecnología, salta a los medios la noticia: en el contexto de la compra de Yahoo por Verizon, el sucesor de Marissa Meyer, CEO de Yahoo, va a percibir de partida exactamente el doble en salario fijo.

No creo que merezca la pena responder a los que intentan minimizar el problema alegando que un salario fijo de un millón de dólares ya es bastante como para plantear quejas. Simplemente, el problema no es ese. De hecho, fuentes como Glassdoor revelan que los programadores de software ganan un 28% más que sus homólogas femeninas. La cuestión es por qué en este tipo de negociaciones –y posiblemente en muchas otras– las mujeres tendemos a quedar en desventaja.

Visiones distintas
Mi teoría es que hay un factor actitudinal de base. Las mujeres no contemplamos el mundo del trabajo de la misma forma que los hombres. Nuestras expectativas y aspiraciones son diferentes. Corriendo el riesgo de caer en la generalización, los hombres funcionan dentro de un modelo economicista, basado en la obtención del máximo beneficio en cada transacción.

El reduccionismo económico ha dominado el mundo de las organizaciones empresariales desde su creación. Al fin y al cabo, el empresario persigue un máximo beneficio monetario con las inversiones y operaciones que realiza. Un fin legítimo, pero como su propio nombre indica, reduce todo lo que rodea al trabajo a intercambios y factores económicos.

Disciplinas emergentes como la economía conductual ponen en entredicho este enfoque y demuestran de manera cada vez más clara lo que debería ser evidente: las personas no nos movemos exclusivamente por motivaciones de satisfacción económica. Eso sí, parece ser que los hombres tienen una mayor tendencia a funcionar así que las mujeres.

Si mi teoría es cierta, entonces algo podemos explicar sobre esta brecha salarial. Cuando el criterio para tomar una decisión (de cambio de trabajo, o de aceptación de condiciones de promoción) se basa mayoritariamente en un factor (en este caso el económico y lo que le rodea en términos de estatus social) se pelea por él con mayor intensidad.

Las mujeres valoramos mucho el entorno social en el que nos movemos. En contextos de alta calificación nos importa el interés del trabajo, así como la conveniencia con otras facetas de nuestra vida personal, y no me refiero necesariamente a la maternidad.

Por ejemplo, conozco a muy pocas mujeres a las que les preocupe el cargo formal que figura en su tarjeta, cosa que a menudo interesa mucho a los hombres.

En un contexto de jerarquía como el que sigue dominando en las organizaciones este pequeño detalle puede convertirse en un auténtico limitador para la carrera profesional femenina.

Si este es el caso, entonces nos enfrentamos con un problema difícil de resolver. Las mujeres trabajadoras –como otras muchas minorías en la sociedad actual– ya libramos suficientes batallas. Dudo mucho que salga de nosotras librar esta.

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