“¿Dónde está la verdadera verdad?”, por Pablo O'Brien

En el caso Joaquín Ramírez, lo más probable es que más temprano que tarde se revelará el auténtico origen de su fortuna, tal y como a fines del año 2000 finalmente se hizo pública la corrupción del gobierno de Alberto Fujimori, señala Pablo O’Brien.

La polémica mediática sobre el Caso Ramírez. Leyendo “El fin del ‘Homo sovieticus’”, el excelente libro de la última premio nobel, Svetlana Aleksiévich, topé con una cita que bien puede aplicarse al Perú de hoy.

Haciendo referencia a los comunistas rusos que no se hallaban ni entendían las libertades democráticas que experimentaban durante los primeros años del gobierno de Yeltsin, la periodista bielorrusa relata: “A la mayoría les irritaba la libertad. ´Hoy he comprado tres diarios y cada uno cuenta su verdad. ¿Dónde está la verdadera verdad? Antes uno leía a Pravda y ya lo tenía todo claro’, se quejaban”.

En nuestro país, hoy todos reclaman lo mismo: “¿Dónde está la verdadera verdad?” se preguntan. Y claro, cada uno, según su ideología, cree tener la suya y exige que los medios la divulguen tal cual. El disenso no está permitido. Las dudas y cuestionamientos, mucho menos. Así las cosas, el trabajo periodístico es seriamente cuestionado.

No digo que en muchos casos este no sea lamentable, parcializado y poco diligente, pero también es cierto que por estos días se le reclama que afirme lo que unos u otros quieren oír. Luego de que Cuarto Poder y Univisión dieran a conocer que Joaquín Ramírez viene siendo investigado por la DEA, una vez más, se manifestó este síndrome.

En parte esta situación no solo se debe a la intemperancia de los ciudadanos, sino también a que estos perciben que el periodismo se ha ido alejando del principio de neutralidad o de independencia que debiera regirlo.

El concepto de independencia periodística aparece a fines del siglo XIX. Fue una reacción al sensacionalismo que propugnaban en ese momento William R. Hearst (el hombre en el que se basa el Ciudadano Kane) y Joseph Pullitzer. Ambos forjaron el estilo de la prensa norteamericana de fines del XIX y comienzos del XX. Adolph Ochs fue quien esbozó y puso en práctica este principio por primera vez cuando en 1896 adquirió el New York Times.

En una nota que tituló “Declaración de la empresa” señaló: “mi objetivo más sincero (…) [será] informar con imparcialidad sin favoritismos ni temores, pese a los partidos, sectas o intereses implicados.”

Tiempo después, en 1933, Eugene Meyer llevó este precepto mucho más lejos tras adquirir el Washington Post (WP). En los principios rectores de este influyente medio se puede leer: “En su búsqueda de la verdad, este diario estará preparado para sacrificar su fortuna material si es que ello es necesario para el bien público”. Difícilmente hoy un medio osaría enunciar algo así.

Búsqueda de la verdad y bien público. Esos son el Norte al que se dirige el periodismo independiente y, para ello, sigue procedimientos y métodos. Fue precisamente en el WP donde se engendra del periodismo de investigación (con el caso Watergate) tal y como lo conocemos hoy. La idea era ser en extremo diligentes.

Para ello, mientras sacaban a la luz el caso que determinaría la dimisión del Presidente Nixon, se establecieron una seria de reglas que se convertirían en los pilares de este género periodístico: (i) Obtener la mayor cantidad de fuentes posibles. (ii) Respetar escrupulosamente los acuerdos con las fuentes. (iii) Ser en extremo riguroso.

Por tanto, (iv) una acusación contra alguien requiere como mínimo que dos fuentes independientes la confirmen: “salvo en el caso de que hubiera dos fuentes distintas que confirmasen una acusación relacionada a una actividad que pudiera ser considerada criminal, esa sospecha específica no se publicaría en el periódico”.

Para ciertos aspectos, los periodistas se auto exigieron, incluso, tener tres y hasta cuatro fuentes. (iv) Si existe duda, no se publica: “si uno de los dos [los periodistas a cargo] objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”. (Carl Bernstein y Bob Woodward. Todos lo Hombres del Presidente).

El reportaje propalado por Cuarto Poder cumple con los preceptos del buen periodismo de investigación. No tiene “mala leche”, ni mucho menos es una “denuncia maniquea” como algunos han querido atribuirle con la clara intención de defender sus colores ideológicos (en este caso más naranjas que una papaya madura).

Por el contrario, cumple con los preceptos básicos: (i) tiene finalidad pública. Señalar que Ramírez, el principal financista y hombre de la extrema confianza de una candidata presidencial, es investigado por la DEA. Ello es claramente un tema de interés público. (ii) hubo una diligente búsqueda de la verdad. Se corroboró el testimonio y la existencia de la investigación con la propia DEA. El reportaje jamás indicó que Keiko Fujimori era investigada.

Una de las críticas en forma de reclamo a este reportaje ha sido que no mostró ningún audio. Desde que se hicieron públicos los vladivideos, en el Perú se cree que solo una investigación es cierta y contundente si tiene un audio o un video que demuestre lo que se afirma.

De esta forma, el periodismo de investigación parece reducido a un simple propalador de este tipo de material cuando, en realidad, una auténtica investigación se sustenta en una suma de indicios, testimonios y documentos.

Tal y como se ha hecho en el caso Joaquín Ramírez. Distintas revelaciones efectuadas por diferentes periodistas demuestran que Ramírez es un personaje que es investigado por lavado de activos y que estaría relacionado a personajes con serios vínculos con el narcotráfico.

¿No hubiera sido correcto que quiénes hoy se rasgan las vestiduras exigiendo rectificaciones y una mayor diligencia a los periodistas, le pidieran lo mismo a la candidata de sus preferencias? ¿No debía acaso Keiko Fujimori ser más cuidadosa y conocer los antecedentes de las personas de quién recibe dinero para su campaña o con las que se vincula estrechamente?

Justamente, en esta contradicción es que se percibe el sesgo ideológico de quienes critican la labor de Cuarto Poder y Univisión. Lo llamativo es que muchos de los que se han sumado a este cargamontón son periodistas o, por lo menos, se presentan como tales.

Mientras los hechos y la información se analicen y juzguen según el color de los ideales, terminaremos como los viejos comunistas rusos de los que nos habla Aleksiévich. Nos la pasaremos preguntando: “¿Dónde esta la verdadera verdad?” Con esta forma de encarar las cosas, no la podremos apreciar así la tengamos frente a las narices.

Por eso me atrevo a pronosticar que en el caso Ramírez, lo más probable es que más temprano que tarde se revelará el auténtico origen de su fortuna, tal y como a fines del año 2000 finalmente se hizo pública la inmensa corrupción del gobierno de Alberto Fujimori, la cual era negada en siete idiomas a pesar de que los indicios se acumulan ante nuestros ojos.

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