Editorial: Estado potencialmente fallido

Los peruanos no entendemos por completo todas las ramificaciones de la corrupción. No solo se trata de coger algo de dinero de una caja fuerte -lo que ya de por sí es grave-, sino de torcer por completo una institución, reduciéndola a su mínima expresión.

CORRUPCIÓN. Hay dos alternativas. O la corrupción no es tomada en serio en nuestro país o simplemente está tan enraizada en nuestra idiosincrasia y se ha transformado en un elemento tan cotidiano que no llama la atención en lo más mínimo; menos causa preocupación. Así, por lo menos, lo confirma la última encuesta de Pulso Perú, donde el 41% de los peruanos afirma que no tendría problema en votar por un candidato ladrón, siempre y cuando haga obras. A esta fracción, además, hay que agregarle la porción del 59% restante que piensa igual, pero le da vergüenza admitirlo públicamente.

El problema de fondo parece ser que los peruanos no entendemos por completo todas las ramificaciones de la corrupción. No solo se trata de coger algo de dinero de una caja fuerte -lo que ya de por sí es grave-, sino de torcer por completo una institución, reduciéndola a su mínima expresión. Esto, a su vez, merma la credibilidad del Estado frente a sus ciudadanos, dificultando la gobernabilidad y fomentando, entre otras cosas, la informalidad. Justamente por ello, de acuerdo al Informe de Competitividad Global elaborado por el Foro Económico Mundial, estamos en el puesto 109 de 148 en el nivel de instituciones (un requisito estimado como básico para el FEM) y la corrupción es considerada como el segundo factor más problemático en el país para hacer negocios.

Como hemos podido atestiguar a través de la prensa en los últimos meses, las principales instituciones del Estado (el Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Policía Nacional, entre otras) se encuentran infiltradas por redes criminales. Basta con recordar los últimos casos más emblemáticos para dar cuenta de ello: el caso Orellana, el caso Álvarez, el caso López Meneses, etc. Y esto es algo sumamente preocupante.

De acuerdo al libro “¿Por qué fracasan los países?”, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, es la fortaleza e independencia de las instituciones políticas y económicas, finalmente, lo que determina el éxito de un Estado. Si no cambiamos de actitud para enfrentar frontalmente este problema, entonces ya sabemos por dónde terminaremos.

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