PRODUCTOS BANDERA. La pasividad y la complacencia se han apoderado de la promoción de los productos bandera y el pisco es un claro ejemplo. La semana pasada, la opinión pública se enteró –y la indignación fue mayúscula–de que 18 marcas de pisco habían accedido a participar en el Concurso Mundial de Bruselas para Bebidas Espirituosas bajo la denominación “aguardiente de uva”, porque como el evento se realizará en Chile (en agosto), la legislación de ese país solo reconoce como “pisco” al destilado que allí se produce.
Frente a ello, Indecopi advirtió que retiraría el certificado de origen a los participantes, porque se ponía en riesgo el valor comercial de la marca, pero lo que llama la atención es que las autoridades siguen un patrón de conducta habitual: reaccionan cuando el daño ya fue infligido. Los ejemplos abundan. Para comenzar, Chile emitió su norma de origen en 1931 y el Perú recién hizo lo propio en 1991.
Esa actitud cambió en la década pasada, cuando las autoridades peruanas aplicaron una agresiva estrategia, que tuvo como resultado el reconocimiento exclusivo del origen peruano del pisco de parte de una veintena de países (la mayoría latinoamericanos), mientras que otros admiten la procedencia dual (EE.UU., Canadá, China y la Unión Europea). Hay que retomar el esfuerzo para conseguir que los países que solo reconocen el origen chileno otorguen al menos la dualidad (entre estos figuran Australia, Japón y México).
Otro ejemplo de que se bajó la guardia es que la organización del concurso en Chile –en la región donde se produce su aguardiente– es parte de su estrategia de posicionamiento en mercados premium. Es que el evento será una vitrina inmejorable para su destilado y su pretendida “tradición pisquera”. Así que la pregunta es: ¿por qué el Perú no está organizado este concurso? Habría que saber si por lo menos hubo el intento de postular.
De los productos bandera, el único que está logrando éxito internacional –y no se duerme en sus laureles– es la gastronomía. Si queremos que el pisco sea identificado con el Perú, el Gobierno tendrá que sacudirse la modorra y animar a las empresas pisqueras a poner de su parte, porque ellas serán las principales beneficiadas –y quizás ya no tendrían que exportar “aguardiente de uva”, ni siquiera a Chile–.