Editorial: El precio de la complacencia

Lo que hace falta para que la descentralización funcione tendrá que pasar, necesariamente, por repensar todo el proceso.

Decepción. El proceso de descentralización ha fracasado. Obviamente, ninguna autoridad del actual Gobierno –ni de los dos anteriores– se atrevería a hacer una afirmación tan contundente. Pero los analistas del sector privado sí pueden y así de clara es la conclusión a la que llega el Índice de Competitividad Regional del Perú 2015 (ICRP), elaborado por Centrum Católica.

Recién el año pasado Lima se percató del mal manejo que muchos gobiernos regionales hacían de sus millonarios recursos, cuando la prensa comenzó a destapar casos de corrupción que además incluían asesinatos, espionaje y la comisión de otros delitos propios de las mafias. Y pensar que la mayoría creía que la pésima administración se limitaba a la construcción de monumentos esperpénticos.

Volviendo al ICRP, se advierte que “las brechas cada vez más amplias, que reflejan los resultados de las regiones, explican este fracaso”. Hay que precisar que se confunde la división política del país, pues sigue dividido en departamentos –solo cuando dos o más decidan unirse, mediante la votación de sus poblaciones, habrá regiones–. Pero este error lo cometen todos, desde el presidente de la República hasta los ministros, congresistas, reguladores, analistas, líderes empresariales y la prensa.

Quizá esta confusión haya contribuido a generar la ilusión de autonomía que muchas autoridades subnacionales reclaman, en especial cuando se trata del destino del dinero que reciben desde la capital. Aunque ahora se llaman “gobernadores regionales” (hasta el año pasado eran “presidentes”), lo que hace falta para que la descentralización funcione tendrá que pasar, necesariamente, por repensar todo el proceso.

Lamentablemente, el Gobierno no lo entendió así -tampoco el Congreso– y la complacencia con que siempre se ha tratado este proceso sigue pasándonos factura. Y si hablamos de hacer muy poco para pasar del crecimiento al desarrollo, los rankings de competitividad internacional nos siguen recordando que la displicencia cuesta caro. En el más reciente, elaborado por el Foro Económico Mundial, el Perú retrocedió cuatro puestos. ¿Hasta cuándo?

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