Editorial: El último año

La opinión pública no coincide con el Gobierno en que las leyes que elabora serán el bálsamo que restablecerá la tranquilidad en las calles.

GOBIERNO DE HUMALA. Los doce meses que le esperan al actual presidente serán los más complicados de su mandato. El PBI seguirá creciendo a tasas inferiores a su potencial y habrá que cruzar los dedos para que no se cometan errores que se traduzcan en una mayor pérdida de confianza. La delincuencia continúa extendiendo sus tentáculos y sus actos de amedrentamiento semejan cada vez más atentados terroristas. Y la fragilidad política del Gobierno le impedirá emprender más reformas estructurales, en especial considerando que la flamante Mesa Directiva del Congreso está compuesta por opositores.

En el ámbito económico, hay analistas que estiman que el sector privado aguardará hasta las elecciones del 2016 para reevaluar sus proyectos, de modo que el gasto gubernamental tendrá que suplir en parte la sequía de capitales. Al respecto, resulta desalentador que al primer semestre solo se haya ejecutado el 30% de la inversión pública presupuestada, pero habrá que apelar al poco optimismo que queda para que el MEF encuentre la manera de acelerarla.

En cuanto a la inseguridad, la opinión pública no coincide con el Gobierno en que las leyes que elabora serán el bálsamo que restablecerá la tranquilidad en las calles (y hogares). Si esa legislación no ataca el problema de raíz –incluyendo una urgente reestructuración de la Policía y sus unidades de inteligencia–, la criminalidad seguirá ganando terreno.

La imagen del presidente Humala como líder dispuesto a resolver los problemas del país no ha dejado de deteriorarse, así que si desea comunicar algún legado, el único que reúne el consenso necesario es la reforma de la educación. Las otras dos que acometió su Gobierno, salud y servicio civil, están enfrentando dificultades operativas, aunque sería insensato descuidarlas o, peor, paralizarlas.

En suma, la complacencia fue muy mala estrategia y hoy estamos pagando las consecuencias. No hay que esperar grandes anuncios en el discurso presidencial de mañana, pero si los hubiera, la experiencia señala que serán de difícil cumplimiento. Lo mejor para este último año es continuar trabajando en lo poco que se ha hecho bien y evitar que medidas como la nueva legislación inmobiliaria puedan convertirse en un fiasco.

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