1.- Hace siglos que el Perú sufre los embates de la corrupción. Esta es una enfermedad de larga data en nuestra historia. No surgió con la República; los casos y escándalos de corrupción abundan en la Colonia y el Virreinato. Asimismo, la existencia de sanciones drásticas para las faltas administrativas relacionadas con la riqueza del imperio incaico indica que este problema también estuvo presente en el Tahuantinsuyo. Sin duda, la corrupción es una enfermedad penosa y prolongada, pero a diferencia del cáncer, no mata al organismo, convive con él y lo debilita progresivamente.
2.- Hoy, al igual que hace poco más de 16 años, el Perú está remecido por un megaescándalo de corrupción. ¿Qué pasó en aquella oportunidad? Cayó un Gobierno, algunos pocos fueron a la cárcel y la mayoría de los involucrados pasó piola. En el 2001, el líder político de la lucha contra “la dictadura” y “la corrupción” fue electo a la Presidencia, y hoy esa misma persona es buscada por la justicia y tendrá que hacer frente a denuncias de haber recibido megacoimas. Sin duda, todo esto causa frustración e ira, pero también confusión.
3.- Y para ilustrar cómo la frustración y la ira pueden llevar a la confusión, quiero referirme a un reciente artículo de Rosa María Palacios, periodista a quien respeto y de cuyas opiniones a veces discrepo. En su columna de hace dos domingos en La República, ella concluía: “Mejor será que Barata lo cuente todo. Que arme el desbarate completo, sin omisiones, sin medias verdades. Que todo caiga, para poder construir, desde este holocausto de corruptos, un mucho mejor país”.
4.- Debo confesar que Rosa María me malogró el desayuno dominical, pues por simple asociación de ideas terminé pensando en Abimael Guzmán, quien hace 25 años nos decía: “Es tiempo de gran ruptura. Romperemos todo aquello que nos liga al viejo y podrido orden para destruirlo cabal y completamente (…) barrer el viejo orden para destruirlo inevitablemente y de lo viejo nacerá lo nuevo y al final como límpida ave fénix, glorioso, nacerá el comunismo para siempre”. (Fuente: CVR)
5.- Y no es que acuse a nuestra conocida periodista de comunista, sería estúpido hacerlo. Menciono su artículo para ejemplificar los peligros que enfrentamos en épocas de frustración, ira y confusión. Pensar que del holocausto de corruptos saldrá un país mucho mejor, es iluso; refleja poco entendimiento del problema. Más bien, lo que debemos evitar es el holocausto, el empobrecimiento y el desempleo. Debemos separar la paja del trigo; entender que el problema de la corrupción no es nuevo ni se acabará al encarcelar a unos cuantos corruptos, ya sean estos políticos, burócratas, empresarios, militares o meros imbéciles.
6.- Como han señalado diversos historiadores, la corrupción es un problema que pareciera estar en la naturaleza humana. Hay corruptos de izquierda y de derecha, pobres y ricos, públicos y privados, hombres y mujeres (bueno, de todo tipo de género…). Pero no por eso podemos ser complacientes; hay que castigar severamente a los corruptos. Pero, sobre todo, hay que atacar esta enfermedad eliminando las condiciones que facilitan su expansión. Y para esto necesitamos reformar nuestras instituciones (las normas formales e informales que estructuran nuestro comportamiento).
7.- En el marasmo en que nos encontramos es importante actuar con prudencia. Necesitamos mensajes claros, no aquellos que generan más confusión. Se requiere responsabilidad, visión de largo plazo y liderazgo, tanto de políticos, empresarios como de líderes de opinión.
Por Carlos E. Paredes
Director de Intelfin y profesor de la Universidad del Pacífico