El pasado 4 de diciembre, representantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) se reunieron para discutir la posibilidad de reducir la producción de crudo y contrarrestar la caída en precios. A nadie sorprendió la falta de acuerdo. Por una parte, Arabia Saudita se mantuvo renuente a recortar su producción sin una acción similar por parte de todos los miembros de la organización y algunos no miembros. Por otra parte, países como Venezuela e Irán hubiesen preferido que Arabia Saudita y otros estados redujesen su producción, sin que ellos tuviesen que hacer lo mismo. El resultado final es que el cartel seguirá produciendo alrededor de 31.5 millones de barriles diarios, contribuyendo a mantener el exceso de oferta que actualmente prevalece en el mercado.
Habiendo quedado claro que la OPEP no recortará su producción, los mercados seguirán evaluando otros factores clave en la evolución de los precios del petróleo en el corto y medio plazo tales como la oferta en los países no miembros, el ajuste en la demanda del mundo emergente, la divergencia en las políticas monetarias y la volatilidad cambiaria, entre otros.
¿Bajo qué condiciones los precios del petróleo retomarían una senda de crecimiento sostenido? Supongamos que la OPEP mantiene su producción constante y la demanda de petróleo crece a una tasa ligeramente por debajo del promedio de los últimos diez años. En este entorno, el alza en precios estaría determinada por un ajuste a la baja en la oferta de los países no pertenecientes a la OPEP, en particular de Estados Unidos.
A diferencia de otros países en donde la producción de hidrocarburos corre a cargo de una empresa estatal, la industria petrolera estadounidense está conformada por cientos de compañías especializadas en una o varias fases de la cadena productiva. Gracias a este entorno de elevada competencia, la industria ha logrado incrementar su productividad de manera exponencial en los últimos diez años, alcanzando un máximo de 9.7 millones de barriles diarios en abril, el nivel más alto desde 1971.
Este auge de la producción contribuyó de manera significativa a la disminución en precios, lo que a su vez ha provocado una caída estrepitosa en el número de plataformas de perforación activas, un aumento en el inventario de pozos sin completar, sucesivos recortes al gasto en capital así como presiones financieras. Estas tendencias anticipan una caída significativa en la producción estadounidense y la transición hacia un nuevo equilibrio caracterizado por menores flujos de inversión, una mayor aversión al riesgo y costes de financiación más altos. En este tipo de escenario, el precio del barril de crudo alcanzaría los 65 dólares a partir de 2018. Naturalmente, los precios podrían aumentar aún más si el crecimiento de la economía global resultase mayor al esperado. Por ejemplo, si el Gobierno chino llevara a cabo políticas más agresivas para estimular la economía.
Por otra parte, existe la posibilidad de que las empresas del sector apliquen soluciones innovadoras, en un periodo corto de tiempo, que les permitan mantener su rentabilidad a precios bajos. En consecuencia, la producción de petróleo estadounidense no se desplomaría y la lucha por cuotas de mercado entre países productores generaría un exceso de oferta que la demanda sería incapaz de absorber. Aunque con probabilidad baja, un escenario de esta naturaleza llevaría a los precios de petróleo por debajo de los $25 dólares por barril. Lo anterior se agravaría si la oferta de otros países productores aumentara y/o si la demanda creciera a un menor ritmo.
Más allá de las vicisitudes actuales, la industria del petróleo y gas enfrenta un nuevo paradigma en el que el desarrollo tecnológico y la competencia han vuelto las reservas de hidrocarburos no sólo accesibles y abundantes sino prácticamente inagotables. Por otra parte, la evolución de los esfuerzos por contrarrestar el impacto del calentamiento global, el desarrollo de productos más eficientes en el uso de la energía, así como el abaratamiento y la mayor oferta de energías alternativas podrían reducir la inversión en la industria y el consumo relativo de hidrocarburos. Todo lo anterior implicaría un menor precio de equilibrio.
Por Marcial Nava
Economista Principal del BBVA Research en Estados Unidos