- -* Imagínese el alivio que se sintió recientemente en Caracas cuando Venezuela obtuvo un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Fue, a decir verdad, una designación por dos años, y una formalidad diplomática (los países latinos se turnan en la mesa principal).
De todos modos, el honor fue concedido en un momento crítico para un gobierno que dejó de ser inspiración latinoamericana para convertirse en paria global por su intimidación de las voces críticas, su mal manejo económico y el derrumbe del pacto social.
Últimamente, el problema ha sido la escasez. En tanto los dólares son tan raros como el hielo en el Orinoco y los consumidores acopian productos comprados en tiendas, el presidente Nicolás Maduro y sus autoridades introdujeron recientemente la toma de huellas dactilares biométrica para racionar los alimentos en los supermercados.
Aparentemente, lo único que tiene la revolución bolivariana del siglo XXI es su control de multitudes.
Los niveles de aprobación de Maduro se desplomaron esta misma semana hasta 30%, un nuevo mínimo, según un sondeo de Datanalisis.
Casi 47% de los encuestados culparon a los “militares” y las “mafias” de la escasez crónica, y otro 33% a los contrabandistas y la “guerra económica”. En realidad, si bien Venezuela fue incorporada al Consejo de Seguridad, atrajo una fuerte reprimenda de otra mesa de ONU, a 2,000 millas de distancia.
Zeid Ra’ad Al Hussein, responsable del Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria con sede en Ginebra exhortó al gobierno de Maduro a liberar docenas de presos políticos. El primero en la lista: el líder opositor Leopoldo López, en la cárcel desde febrero por acusaciones inventadas de incitar a la violencia durante protestas callejeras en todo el país.
Maduro ni se inmutó, rechazando la distracción de Ginebra como una injerencia en la soberanía nacional, y liderando luego a todo su gabinete en una ronda de aplausos televisada a nivel nacional para celebrar la nueva designación para el país.
Diplomacia latina
Las jeremiadas estilo Chávez contra el orden mundial gringo funcionan bien en la televisión estatal venezolana pero se parecerán un poco más a ruido ambiente en la Plaza de la ONU. No obstante, la introducción de Venezuela en la mesa constituye un retroceso vergonzoso para América Latina y alimenta los argumentos de que la ONU es, en el mejor de los casos, una cámara de vientos, no de gobierno.
El problema no es el daño que pueda hacer una nación rebelde a la diplomacia global, sino cómo transformará Venezuela su asiento entre los gigantes en un púlpito bravucón local. “Estar en la ONU ayudará a Maduro a sepultar a los disidentes”, me dijo Diego Arria, ex enviado venezolano ante la ONU.
Arria prestó servicio desde 1990 hasta 1992, cuando una voz latinoamericana en la sala significaba algo. Los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad fueron instrumentales para enviar fuerzas de paz internacionales a supervisar las elecciones en Haití y negociar la paz en la guerra civil de El Salvador.
No obstante, América Latina ha sido mayormente inoperante en la mesa de honor de la ONU, apoyándose en el programa, pero agregando muy poco. Esa difidencia se debe principalmente a la escuela formalista de la diplomacia latina, donde la conveniencia comercial –digamos, contratistas brasileños reconstruyendo las terminales de embarque cubanas- y la reverencia de club hacia la soberanía hablan más alto cuando los amigos callan a los críticos o pisotean la democracia.
Y pese a todos los encomios latinos a la gestión de gobierno global, en general la independencia ha superado al multilateralismo. En su medio siglo de lucha contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias marxistas de las guerrillas de Colombia, Bogotá nunca llevó la pelea a la ONU.
Es posible que la actitud esté cambiando. Colombia y México aceptaron recientemente volver a las fuerzas de paz de ONU, y Brasil encabeza actualmente los cascos azules en Haití. El avance de la expansiva Alianza del Pacífico –que une a Chile, Colombia, México y Perú- indica que el programa de América Latina va más allá de la oratoria demagógica chavista y la tertulia del Mercosur, el atribulado acuerdo comercial sudamericano.
Un asiento en la mesa principal de la ONU tal vez sea el estrado que Chávez siempre soñó, pero es probable que los custodios de la conflictiva revolución bolivariana terminen hablando solos.
Mac Margolis