(Bloomberg).- En su nueva exposición en Doha, la artista catarí Maryam Al-Semaitt, explicó a los invitados el mensaje central de su último trabajo: lo que ocurre cuando una gran riqueza se da por sentada.
Ese dinero, principalmente derivado de la venta de gas natural de una península en el desierto del Golfo que era un protectorado británico hasta 1971, ha pagado por los rascacielos y hoteles de la ciudad, e inversiones en algunas de las compañías, edificios y equipos deportivos más emblemáticos del mundo. Lo que no puede hacer, dijo Al-Semaitt, es proteger a la que ahora es la nación más rica del mundo.
La disputa con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, sus vecinos del Golfo, ha puesto de manifiesto la precaria posición de Catar. El poder blando de la marca Catar, valuada en miles de millones de dólares, que supuestamente protegería al país, nunca se ha visto más frágil. El aislamiento de Doha, que corta sus vínculos diplomáticos y de transporte, entra en la tercera semana.
“Siempre hemos dado por sentadas la protección y la seguridad, y ahora estamos cuestionando este tipo de cosas”, dijo Al-Semaitt, de 27 años, en el segundo día de su muestra de esculturas e imágenes hechas con otra artista. El punto es resaltar, dijo ella, cómo “en realidad nunca nos detenemos y apreciamos lo que tenemos en nuestras vidas hasta que lo perdemos”.
El eje del dilema de Catar es su rechazo a aceptar imposiciones de vecinos más poderosos. Adoptó la veta ultraconservadora saudita del Islam, aunque una versión más ligera, y conforme creció su economía, la política exterior divergió. Aunque los cataríes y su emir continúan siendo desafiantes, la pregunta es cómo sostener una existencia casi paradójica.
Tómese la política exterior. Catar tiene una base aérea estadounidense desde principios de la década del 2000, manteniendo al mismo tiempo vínculos estrechos con grupos islamistas. Según los sauditas y los emiratíes, financia la yihad, mientras que su fondo soberano de US$ 335,000 millones tiene participaciones en compañías globales, desde la automovilística alemana Volkswagen AG hasta Glencore y Barclays Plc. En el 2022, Catar será anfitrión de la Copa Mundial, el mayor torneo mundial de fútbol.
“El sentido de la marca Catar era generar seguridad y legitimidad”, dijo Samer Shehata, profesor adjunto del programa de política y relaciones internacionales del Instituto de Estudios de Posgrado de Doha. “Se trataba de poner a Catar en el mapa para que todos supieran lo que era Catar, quién era Catar, y la importancia de Catar. Se hizo visible”.
“Pero al final, ¿qué aporta el poder blando?”, agregó. “¿Puede generar seguridad? La crisis actual expone esta cuestión. No estoy seguro de que el poder blando por sí mismo sea suficiente, especialmente si uno vive en un vecindario malo”.
El camino alternativo de Qatar se remonta a cuando el Imperio Británico estaba agonizando. Había sido un protectorado desde que los otomanos fueron derrotados durante la Primera Guerra Mundial y la familia dominante de Al Thani acordó ceder el control a cambio de seguridad. La primera industria de la energía trajo ingresos al país en los años 1950 y 1960 antes de que la nación decidiera ser independiente en lugar de unirse a lo que se convirtió en los Emiratos Árabes Unidos como otro emirato.
Los ingresos de un gigantesco campo de gas han permitido a Qatar extender su influencia más allá del dinero. Con ingresos per cápita de US$ 130,000, más de dos veces los de Arabia Saudita, apoyó a Egipto bajo la Hermandad Musulmana, un partido político proscrito por sus dos vecinos del Golfo suníes, y se opuso a los esfuerzos para aislar al rival chií, Irán.
Su canal de televisión satelital Al Jazeera ha transmitido mensajes de al-Qaeda y ha apoyado a disidentes contra dictadores árabes. A lo largo de los años, enfureció a los líderes saudíes, emiratíes y egipcios que a menudo interrumpieron sus transmisiones y expulsaron a su personal.
“Qatar no puede tener participaciones en el Empire State Building y el London Shard y usar los beneficios para escribir cheques a afiliados de al-Qaeda”, escribió Yousef Al Otaiba, embajador de E.A.U. en Estados Unidos, en The Wall Street Journal esta semana. “No puede poner su nombre en jerseys de fútbol, mientras que sus redes de medios pulen la marca extremista. No puede ser dueños de Harrods y Tiffany & Co. a la vez que proporcionan refugio seguro a Hamas y la Hermandad Musulmana”.