(Bloomberg View).- En un continente donde a la política todavía se la presenta como una batalla entre la izquierda y la derecha, Perú es difícil de ubicar. Tomemos las elecciones presidenciales del domingo, en las cuales una encuesta en la víspera de los comicios mostró que Pedro Pablo Kuczynski tenía una ligera ventaja sobre la exfavorita Keiko Fujimori. Ambos candidatos son pragmáticos, tienen una actitud amigable hacia las empresas y han prometido respetar el libre mercado y dejar el país abierto al comercio y exento de desventuras fiscales.
Por eso, en lugar de que los operadores se retiraran de la bolsa de Lima o apostaran contra el sol peruano, los negocios siguen como de costumbre en la nación andina en momentos en que los inversores estudian las perspectivas de oportunidades luego de las elecciones.
¿Por qué entonces el fuerte giro a la derecha? Puede deberse a que los políticos peruanos han aprendido algo después de elegir el camino equivocado en el pasado. El populismo derrochón y el ultranacionalismo prosperaron en toda América Latina en los 80 y 90. Y, como esas políticas también llevaron a gobiernos disfuncionales, agitación social y violencia, la víctima a menudo fue la democracia. Felizmente, esa es una senda que la mayoría de los políticos peruanos parecen muy interesados en evitar.
De modo que en lugar de reeditar enfrentamientos propios de la Guerra Fría, esta elección pasa más por quién está más calificado para elevar el nivel de vida, fortalecer la democracia, dar seguridad a la ciudadanía y garantizar un gobierno honesto.
Esto no quiere decir que no haya diferencias entre los candidatos. Sin duda, los inversores internacionales estarían encantados con Kuczynski, que originalmente hizo carrera en Wall Street. Después de todo, es uno de ellos. Cuando no conducía la economía de Perú – fue gobernador del banco central, ministro de Hacienda e incluso primer ministro-, se dedicaba a realizar operaciones para fondos de cobertura y supervisar los préstamos de First Boston International.
Las encuestas muestran que los peruanos confían más en Kuczynski en lo que respecta a administrar la economía, crear empleo y atraer inversiones.
A Fujimori, que tiene un máster en administración de empresas de la Universidad de Columbia, también se la ve como alguien que apoya el capitalismo de mercado pero que tiene un fuerte compromiso con el mejoramiento de la educación, la reducción de la pobreza y la realización de proyectos. Ambos candidatos han promedio invertir sumas importantes en la construcción de caminos y puentes.
Aquí es donde el cuadro se complica. Kuczynski, de 77 años, es culto (es concertista de flauta), políglota y cosmopolita y tiene antecedentes impecables como administrador. Por esas mismas razones a veces sus críticos lo tachan de frío y distante, con poca sensibilidad por el ciudadano de a pie.
A Fujimori, por su parte, la critican por aquello en que la gente teme que se convierta. El tema tabú es su padre, Alberto Fujimori, populista de derecha que gobernó con mano de hierro como presidente del Perú en los 90. Muchos peruanos lo recuerdan con cariño por derrotar al grupo terrorista maoísta Sendero Luminoso. Pero es más conocido por las violaciones de los derechos humanos y un gobierno plagado de corrupción, delitos por los cuales actualmente cumple una sentencia de 25 años de cárcel.
No hay transgresiones de este tipo que pesen sobre Keiko, de 41 años, pero a sus detractores les preocupa que siga los pasos de su padre porque actuó como Primera Dama durante su mandato después del divorcio de sus padres. Es ferviente para hacer campaña y se siente tan a gusto en medio de la multitud como Kuczynski con una camisa a rayas finas. Pero también despierta ira entre muchos peruanos, que han hecho del “anti fujimorismo” su mantra de protesta.
Ambos candidatos saben lo que está en juego. En un año muy difícil para América Latina, Perú se destaca por su baja inflación, reducida deuda pública y una de las economías de más crecimiento del hemisferio.
Esos méritos dan la medida de hasta qué punto la política peruana ha logrado reemplazar la ideología por los resultados económicos. Sin embargo, traducir esos logros a calles seguras, un gobierno honesto y empleos –las tres principales preocupaciones de los votantes- sigue siendo un objetivo esquivo.
En tres gobiernos sucesivos, un presidente peruano ha visto crecer la economía mientras su índice de aprobación caía, contundente mensaje de votantes que esperan algo más que pragmatismo. Ahora el riesgo es no solo el de que otro líder prometedor se quede corto sino también desmoralizar a la democracia en sí… y eso es una pérdida que América latina difícilmente se pueda permitir.
Por Mac Margolis.