Escocia e Inglaterra tienen una historia común desde 1707, año en el que los parlamentos de ambos países aprobaron la Ley de Unión que creó el Reino Unido de la Gran Bretaña (Irlanda se integraría en 1800), precisó Maximixe.
Hoy, 303 años después, esa comunión podría romperse generando un inesperado precedente que potenciaría las intenciones separatistas de otros estados subnacionales como Cataluña en España y Crimea en Ucrania.
Desde el anuncio de la fecha del referéndum, las opiniones no han sido unánimes y se han suscitado en el mundo una serie de reacciones sobre las consecuencias del adiós británico.
Dentro de los que están en contra del evento se encuentran Alan Greenspan (ex Fed) y Robert Zoellick (ex Banco Mundial) para quienes la independización es sinónimo de error económico.
Y es que para los citados economistas la vuelta a la soberanía determinaría de inmediato que Escocia deje de pertenecer a la Unión Europea (UE), el principal mercado para sus exportaciones de servicios financieros y de bienes petrolíferos, gasíferos y bebidas alcohólicas (whisky).
A ello se suma el dilema de la divisa, pues aún no queda claro si se mantendría o no la libra esterlina como moneda; si se optara por respetar la libra esterlina la política monetaria quedaría subyugada a las decisiones del Banco de Inglaterra con el gran problema que los movimientos de las tasas de interés podrían no coincidir con el ciclo económico escocés.
En contraste, si se decidiera abandonar la libra esterlina se tendría que adoptar una nueva moneda (descartado el euro debido a su exclusión de la UE) que iniciaría su presentación mundial con una enorme devaluación que podría deprimir su economía por largos años.
En la otra orilla del debate, intelectuales como el economista británico Dominic Frisby ven con optimismo el evento y pronostican que, de lograr su independencia, Escocia se convertiría en uno de los países más ricos del planeta.
Sus argumentos se basan en varios preceptos: el control estatal se reduciría a su mínima expresión. Al centrar el poder en Edimburgo y no en Londres el tamaño de las instituciones y de los organismos públicos disminuiría considerablemente ya que atendería a una población muy pequeña (5.3 millones de habitantes).
Y por lo tanto la acción pública se haría más eficaz y con más transparencia. Con menos ciudadanos, la brecha entre los ricos y los pobres sería menor y sería más fácil implementar cambios, lo cual crearía una nación flexible, dinámica y competitiva.
Otro segundo punto, es que una vez lograda su independencia, Escocia tendría dominio absoluto sobre los abundantes recursos petrolíferos y gasíferos del Mar del Norte.
Según cifras estimadas, Escocia podría detentar 54,000 millones de libras (US$ 88,000 millones) en impuestos provenientes de la explotación de los yacimientos del Mar del Norte en los próximos seis años, y de hasta 1.5 billones de libras (US$ 2.4 billones) en los próximos 40 años.
Y Escocia amplificaría su liderazgo mundial en la industria energética y tecnológica, el país es uno de los mayores exportadores de electricidad en virtud de sus centrales nucleares, parques eólicos y proyectos olamotriz y mareamotriz.
Además, cuenta con uno de los mayores centros de alta tecnología del planeta como es Silicon Glen donde se produce el 7% de las computadoras del mundo y la mayor parte de las laptops de Europa. Finalmente lo que decida el pueblo será ley: Vox Populi, Vox Dei.