Japón debe cambiar a fin de recibir más inmigrantes

Es verdad que Japón tiene una población nacida en el extranjero pequeña comparada con la de otros países. Pero esta imagen de Japón como país cerrado adolece de dos errores.

Bloomberg.- Los debates sobre inmigración sacudieron a Estados Unidos. Japón tiene el problema opuesto: no hay suficiente debate. Existe inmigración, y nadie habla sobre ella o se prepara para lidiar con ella.

Los estadounidenses suelen usar a Japón como un ejemplo de país que no recibe inmigrantes. Por ejemplo, mi colega de Bloomberg View Justin Fox escribió recientemente que “los políticos, hasta ahora, han sido renuentes a permitir que la inmigración asuma el relevo” de una población que envejece.

Es verdad que Japón tiene una población nacida en el extranjero pequeña comparada con la de otros países. Pero esta imagen de Japón como país cerrado adolece de dos errores.

Primero, Japón, en realidad, no hace mucho por impedir la entrada de inmigrantes.

El país no cuenta con límites legales para ya sea el número de personas que pueden obtener visas de trabajo allí o el número de personas que pueden obtener la residencia permanente o el número que puede convertirse en ciudadano naturalizado.

Esto contrasta con EE.UU., que todavía impone límites legales a la inmigración. Y Japón, a diferencia de otros países, no requiere residencia permanente como prerrequisito para adquirir la ciudadanía japonesa.

Es verdad que Japón, como la mayoría de los países, no tiene un derecho a ciudadanía por nacimiento. Además, el país recibe muy pocos refugiados. Pero, en general, Japón tiene controles de inmigración inusualmente laxos.

El motivo de sus bajos niveles de inmigración es que relativamente pocos extranjeros han elegido mudarse al país.

Segundo, las cifras inmigratorias de Japón han subido de modo sustancial en años recientes: la población nacida en el extranjero en el país creció en cerca de 150,000 personas en 2016, a un total de 2.3 millones, y la mayor parte del aumento proviene de otros países asiáticos.

Eso es cerca de tres cuartos la cifra correspondiente a Canadá.

La población japonesa es mucho mayor y, por lo tanto, no está a punto de entrar a las filas de los países con una alta inmigración, pero decididamente no se trata del jardín amurallado que muchos creen en EE.UU.

Al caminar por Tokio en la actualidad, el cambio resulta palpable. Estudiantes chinos de intercambio trabajan en las cajas registradoras de tiendas de comestibles y recepciones de hoteles. Vendedores indios ofrecen ayuda en inglés en locales de electrónica.

Chefs brasileños sirven pollo asado en restaurantes. Africanos venden ropa en la calle en distritos juveniles, y canadienses y estadounidenses empleados en el sector de finanzas recorren barrios elegantes en chancletas y bermudas.

Muchos creen que la inmigración será positiva para Japón. Ayudará, por cierto, a desacelerar el declive de la población que envejece, dándoles a las compañías más de un motivo para invertir allí, y contribuyendo a mantener financiados los sistemas de pensiones y atención de la salud.

Los inmigrantes cualificados también ayudarán a las compañías tecnológicas japonesas a competir en los mercados globales y mejorar su sistema financiero.

Pero no todo está bien en el mundo de la inmigración japonesa. A diferencia de Canadá y otros países con altas cifras de inmigración, ni los líderes japoneses ni su pueblo parecen preparados para lidiar con el flujo de recién llegados de una manera proactiva.

Cuando hablo con empleados gubernamentales japoneses y con gente involucrada en las políticas de inmigración, tengo la clara sensación de que la afluencia de extranjeros es vista como un fenómeno temporal. El gobierno simplemente espera que la mayoría de los trabajadores extranjeros permanezca en el país solo un corto tiempo, y luego se vaya, una fuerza laboral rotatoria que constantemente cambia. Algunos creen que los recién llegados volverán a sus países luego de las Olimpíadas de 2020. Otros insisten en que Japón no es el tipo de país al que los extranjeros quieren mudarse.

En el frente de las políticas, la administración del primer ministro Shinzo Abe ha dado un muy buen paso: introdujo un sistema basado en puntos a la manera de Canadá para los inmigrantes cualificados. Esto es bueno porque los trabajadores cualificados suelen integrarse en las culturas locales con mayor facilidad, y es menos probable que se los responsabilice de una caída de los salarios de la clase trabajadora.

Pero la mayoría de los esfuerzos del gobierno involucran programas de trabajadores temporales. Estos, en general, toman empleos de bajos salarios y baja productividad. Peor aún, los trabajadores temporales no son residentes permanentes, con una menor conexión a la cultura japonesa, menos lazos locales y habilidades lingüísticas más escasas. Por lo tanto, se integrarán con mayor lentitud. Y si Japón sufre un desastre, una guerra o un giro económico negativo, estos trabajadores podrían ser vulnerables a convertirse en chivos expiatorios.

Esto, a su vez, conduce a un éxodo de trabajadores, que privaría a las compañías japonesas de mano de obra con la que contaban y que exacerbaría las dificultades económicas. También perjudicaría las vidas de muchos de estos trabajadores vulnerables, muchos de los cuales para entonces tendrían cónyuges e hijos en Japón. Una reacción contra los inmigrantes en Japón podría conducir incluso a que líderes xenofóbicos tomaran el poder –pensemos en un Donald Trump con características japonesas.

En lugar de asumir que los trabajadores extranjeros son residentes temporales que con el tiempo partirán, los gobernantes japoneses deberían planear para la realidad de que muchos van a quedarse. Esto significa programas de asimilación más dinámicos, e incluso asegurarse de que los hijos de inmigrantes asistan a escuelas japonesas. También significa más residentes permanentes y una menor cantidad de trabajadores invitados, y una mayor tendencia a una inmigración basada en habilidades. Dar lugar a los residentes permanentes requerirá políticas gubernamentales como educación de idioma, ayuda para la naturalización y planeamiento urbano para asegurarles viviendas adecuadas.

Por consiguiente, hay mucho por hacer. Si se maneja con sabiduría, la inmigración puede ser una oportunidad para Japón. Pero si se le permite avanzar de un modo ad hoc, podría presentar peligros en los años venideros.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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