(AFP) El despliegue del Ejército en la explanada de los ministerios de Brasilia fue tan breve como sintomático. La polémica medida ordenada por el presidente Michel Temer tras las violentas protestas del miércoles duró menos de 24 horas y visibilizó la fuerte debilidad de su gobierno.
Temer, que lucha desde hace una semana por su supervivencia política, acorralado por acusaciones de corrupción, se vio obligado a recular esta mañana en medio del aluvión de críticas en un país que vivió bajo dictadura militar entre 1964 y 1985.
Un total de 1,500 militares fueron desplegados la tarde del miércoles frente a los ministerios, que quedaron con sus fachadas parcialmente destrozadas y parte de su mobiliario quemado por los ataques de jóvenes encapuchados durante la masiva manifestación para exigir la salida de presidente.
En medio de una lluvia de gases lacrimógenos y duros choques entre policías y activistas, el gobierno obligó a evacuar a su personal y llamó a las tropas.
“No teníamos otra alternativa para impedir víctimas entre servidores y el destrozo del patrimonio público. Fue para cesar aquel proceso de barbarie”, dijo el ministro de Defensa, Raul Jungmann, al levantar la orden esta mañana considerando que “la ley y el orden” habían sido restablecidos.
Pequeños grupos de soldados con armas largas y escudos estaban distribuidos hasta las 14H00 GMT a lo largo de la avenida de los ministerios, reguardando las entradas a los edificios.
“Siento que esto no se justificaba, la policía podía hacer ese trabajo. Esta medida demuestra solo que el gobierno está agonizando, fue algo desesperado”, dijo a la AFP Renata Maia, una trabajadora del ministerio de Ciencia y Tecnología, mientras desayunaba con un colega al lado de los cristales rotos del edificio.
“Llegaron muy tarde. Tenían que estar aquí ayer y no hoy”, consideraba Jonathan Figuereido, del ministerio de Desarrollo Social.
La jornada de protestas, que según las autoridades congregó a 45,000 personas, se saldó con 49 heridos, uno de ellos por arma de fuego, siete detenidos, así como con daños en ocho ministerios y en la icónica Catedral de Oscar Niemeyer.
La salida de Temer
Mientras Temer es asediado por la justicia, el Congreso ya debate a puertas cerradas una eventual sucesión.
“Si el presidente Temer por acaso tuviera que salir, sería por un proceso constitucional”, manifestó la noche del miércoles el senador Tasso Jereissati, presidente del PSDB (centro-derecha), una de las principales fuerzas de la coalición oficialista.
El mandatario dijo que no renunciará y, como respuesta, recibió la presentación de 16 pedidos de impeachment ante la Cámara de Diputados.
Este jueves presentará el suyo la Orden de Abogados de Brasil, una entidad que jugó un papel clave en el juicio que hace un año destituyó a Dilma Rousseff y puso fin a un ciclo de 13 años de la izquierda en el poder.
Pero muchos en el Parlamento apuestan a una salida institucional a través del Tribunal Supremo Electoral, que a partir del 6 de junio examinará una denuncia para anular el resultado de las elecciones de 2014, en las que fue reelegida la fórmula Rousseff-Temer.
Irónicamente, esa acusación por abusos cometidos en la campaña llegó de la mano de su actual aliado, el PSDB, que fue derrotado ajustadamente en esos comicios.
Pero fuentes en el Palacio presidencial de Planalto dijeron este jueves a la AFP que Temer se mantiene “firme y maniobrando para tratar de aplacar la crisis” y sus aliados creen que el juicio en el TSE no será tan rápido como muchos esperan.
En caso de vacío en la Presidencia durante la segunda mitad de un mandato, la Constitución determina que el Congreso debe elegir un nombre para completarlo.
Sin embargo, a muchos en Brasil no les gusta que la decisión sea tomada por un Congreso desprestigiado, donde decenas de legisladores están investigados por su posible participación en una red de sobornos en Petrobras.
Las elecciones directas que reclama la izquierda y la multitud en las calles sólo podrían celebrarse en caso de que se hiciera una enmienda constitucional.
La economía, a un año del impeachment
Sea como fuere, Brasil se encuentra nuevamente en zona de turbulencia apenas un año después del impeachment de Rousseff.
Temer tomó su relevo para completar el mandato hasta finales de 2018 buscando aplicar un programa de severos ajustes para sacar al gigante latinoamericano de la peor recesión de su historia.
En momentos en que la economía comenzó a dar las primeras señales de recuperación, pese a tener un desempleo récord y un enorme déficit fiscal, los escándalos de corrupción volvieron a golpear, esta vez sobre la figura presidencial.
La gota que desbordó el vaso cayó la semana pasada con la divulgación de una grabación de Temer en la que parece avalar el pago de un soborno a un exdiputado preso.
El Supremo Tribunal Federal abrió una investigación sobre el caso y la Fiscalía General acusa a Temer de obstrucción a la justicia, en una trama donde ve corrupción y organización criminal.