En meses recientes la fluctuación del peso mexicano frente al dólar se asemejaba a un electrocardiograma durante un ataque de pánico. La moneda cayó un 15% después de la victoria de Donald Trump, quien prometió desechar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre México, Estados Unidos y Canadá.
El peso se ha recuperado desde entonces, por mayores esperanzas de que la administración Trump reconocerá el beneficio mutuo del TLCAN. Pero hay otra pesadilla que preocupa a los mercados de divisas: la noción de que Andrés Manuel López Obrador, un populista de izquierda que de alguna manera se asemeja a Trump, ganará una elección presidencial dentro de un año.
Tras tambalearse en mayo, cuando las encuestas mostraban que el candidato de López Obrador podría ganar la gobernación del Estado de México, el mayor de los cuatro estados que celebraron elecciones el 4 de junio, el peso ganó un 2.5% cuando los resultados preliminares marcaron una estrecha victoria para el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) del presidente Enrique Peña Nieto.
Ese alivio puede estar fuera de lugar. Aunque los resultados finales pueden tardar semanas, en general el resultado dio a López Obrador, a quien los mexicanos llaman AMLO, un motivo de alegría.
En el Estado de México, con 13% del electorado nacional y gobernado por Peña, la candidata de AMLO, la profesora Delfina Gómez, obtuvo el 31% de los votos. El PRI ganó, con un 34%, en un estado que nunca había perdido, pero su voto disminuyó en 28 puntos porcentuales con respecto a las últimas elecciones del 2011. Se aferró, según sus oponentes y algunos analistas, sólo por una obtención de votos a gran escala.
López Obrador ha recordado a los mexicanos que sigue siendo un contendiente único y potente. Ha conseguido un apoyo leal entre los votantes más pobres, especialmente en el centro y sur, al clamar contra un sistema político corrupto y una economía crónicamente mediocre, y al prometer revisar el TLCAN y revertir las políticas económicas globalizantes que México ha adoptado en los últimos 30 años.
Pero también se interpone en su propio camino. Su mesianismo y gritos infundados de fraude en las elecciones pasadas distanciaron a antiguos simpatizantes de la clase media. Después de perder por poco dos elecciones presidenciales, se separó del Partido de la Revolución Democrática (PRD) de centro-izquierda debido a su apoyo a las reformas modernizadoras de Peña Nieto. En el 2014 creó el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), cuyo único propósito es promover a su líder.
AMLO encabeza la mayoría de las encuestas de opinión para las elecciones presidenciales. Eso se debe en gran parte a los defectos de sus rivales. Por un lado, Peña es atacado por todos los frentes, principalmente por su fracaso en la lucha contra la violencia criminal y la corrupción desenfrenada.
La derrota en el Estado de México habría sido catastrófica para él; la estrecha victoria allí (y posiblemente en Coahuila, un estado más pequeño) no le basta para imponer su elección de candidato en su partido.
Por otro lado, el atractivo del conservador Partido de Acción Nacional se vio disminuido por las decepcionantes presidencias de Vicente Fox y Felipe Calderón entre el 2000 y 2012.
Peor aún, el partido está dividido entre las ambiciones presidenciales de Ricardo Anaya, su joven secretario general, y Margarita Zavala, la esposa de Calderón.
Sin embargo, está lejos de ser inevitable que López Obrador gane el próximo año. Lo que antes era un sistema de tres partidos se ha fragmentado. El vencedor será el candidato que pueda forjar alianzas de la mejor manera. En este punto, AMLO tiene un récord mixto.
En el Estado de México, si hubiera llegado a un acuerdo con sus antiguos compañeros en el PRD (cuyo candidato obtuvo el 18%), Morena habría ganado con facilidad. Pero López Obrador “quiere subordinación, no unión”, y busca “empleados, no aliados”, se quejó un dirigente del PRD.
La Constitución de México no permite una segunda vuelta electoral. (Muchos comentaristas políticos creen que eso debería cambiar, pero probablemente no llegaría a tiempo para la contienda del próximo año.) En el 2012, Peña ganó con sólo el 38% de los votos.
Su sucesor puede necesitar menos del 30%. En ausencia de una segunda vuelta, los mexicanos votan tácticamente. Refiriéndose al Estado de México, Enrique Ochoa, presidente del PRI, agradeció “a los que votaron por nosotros aunque no fuimos su primera opción”. Continuó: “Juntos paramos el avance del populismo autoritario” y “lo haremos de nuevo con éxito en el 2018.”
Es cuestionable si el PRI puede ser el abanderado de tal coalición anti-AMLO el próximo año. Pero alguien podría serlo. Un candidato exitoso no solo necesitará argumentar que “México no merece ser Venezuela”, como dijo Ochoa, sino también presentar una visión de un cambio democrático positivo. México todavía tiene unos meses para encontrar a esa persona.