Según Donald Trump , Estados Unidos “es un infierno, el hazmerreír del mundo. El ‘sueño americano’ ha muerto”. Pero no hay nada que temer porque la solución está a la mano. “Fui a Wharton y soy muy listo”, señala el empresario, quien una vez alardeó que “es muy posible que sea el primer candidato presidencial en hacer dinero durante la campaña”.
Si cuando lanzó su postulación generó burlas, ahora lidera las encuestas para la nominación del partido Republicano a la presidencia de su país, a pesar de hacer declaraciones que hubieran torpedeado cualquier otra candidatura. Los estadounidenses están despertando a la posibilidad de que un hombre cuyo hobby es ponerle su nombre a todo lo que posee sea el representante del partido de Lincoln y Reagan.
Eso sería terrible y el propio Trump lo demuestra, pues no está atado por la consistencia. Sobre el aborto, ha dicho que está a favor y, también, en contra. Lo mismo sobre la posesión de armas. El 2000, buscó la candidatura por el Partido de la Reforma y hace una década declaró, “probablemente me identifico más como demócrata”; ahora es republicano.
En una entrevista con The Economist, se le preguntó por qué los votantes republicanos parecen dispuestos a dejarle discrepar sobre asuntos que ellos valoran. Trump pensó que se trataba de religión, pues no asiste a la iglesia y tiene problemas para citar las Sagradas Escrituras. “Soy profundamente devoto de la Biblia, de Dios y de la religión”, declaró. Pero segundos después, se aburrió del tema y comenzó a hablar de que posee “un patrimonio de más de US$ 10,000 millones y algunos de los mayores activos del mundo”, incluyendo la Torre Trump, el resort golfístico Trump Turnberry, etcétera.
En lo que sí ha tomado una clara y osada posición, es en un asunto detestable. Quiere levantar un muro en la frontera con México y hacer que este país pague la construcción, además de deportar a los 11 millones de inmigrantes que se estima son ilegales. Aparte del sufrimiento que esa medida causaría, también costaría US$ 285 millones, más o menos US$ 900 en nuevos impuestos por cada persona que no sea echada.
Trump argumenta que es necesario porque los migrantes ilegales mexicanos “están trayendo drogas y crímenes, y son violadores”. No solo arrestará a todos ellos sino que hará lo mismo con sus hijos nacidos en el país y también les expulsará, pese a que son estadounidenses. No le preocupa que dicha medida sea ilegal.
Su enfoque sobre política externa es igualmente burdo. Dice que aplastaría al Estado Islámico y enviaría las tropas para que “tomen el petróleo”. Asimismo, “haría que Estados Unidos sea nuevamente una potencia”, tanto militar como económica, siendo un mejor negociador que todos los “bobos” que hoy representan al país.
Dejemos por un momento de lado la vanidad de un hombre que piensa que la geopolítica no es más difícil que vender inmuebles. Ignoremos que proclama falsamente que “El arte de la negociación”, de su autoría, es el libro de negocios más vendido de todos los tiempos. Más bien, prestemos atención a lo paranoica que es su visión del mundo.
En su opinión, “cada país que hace negocios con nosotros” está estafando al país. “El dinero que China tomó de Estados Unidos es el mayor robo de nuestra historia”. Se refiere al hecho de que los estadounidenses compran productos chinos y culpa a Pekín de manipular el yuan. También dice que aplicaría aranceles a muchos bienes importados y que repensaría la protección a aliados como Corea del Sur y Japón, porque “si nos retiramos, ellos se protegerán bien. ¿Recuerdan cuando Japón derrotaba a China en las guerras?”.
La receta secreta de Trump tiene dos ingredientes. Primero, es un genio del autobombo que no toma en cuenta la realidad —en una ocasión declaró que “juega con las fantasías de la gente”—. Segundo, dice cosas que ningún otro político diría, de modo que la gente cree que no es un político.
Los defensores de la cortesía podrán objetarle cuando llama a alguien “cerda gorda” o sugiere que una acuciosa entrevistadora tiene “sangre saliéndole de allí”, pero sus simpatizantes piensan que esas groserías son un signo de autenticidad de un líder que canaliza la ira de quienes se sienten traicionados por la élite o desplazados por el cambio social; y en Estados Unidos hay decenas de millones.
El país ha coqueteado con populistas en el pasado, pero ninguno ha ganado la candidatura presidencial de un partido grande desde William Jennings Bryan en 1908. Quien estuvo más cerca fue Pat Buchanan, en 1996, cuando ganó las primarias republicanas en Nuevo Hampshire, pero luego fue vencido por Bob Dole.
Trump es mucho más peligroso que Buchanan por dos motivos. Primero, como es multimillonario, no tendrá problemas de liquidez para financiar su campaña. Segundo, enfrenta a tantos rivales republicanos que podría hacerse con la nominación con apenas una modesta pluralidad de los votos. La opinión generalizada es que los republicanos terminarán uniéndose en torno a un candidato más convencional, como lo han hecho en el pasado.
Pero el mundo no puede darlo por sentado. En otros países, algunas veces los demagogos ganan las elecciones y no hay razón para asegurar que Estados Unidos siempre permanezca inmune. Los republicanos deben escuchar atentamente a Trump, y votar por algún otro.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez