¿Qué tan difícil es romper el poderío de Google?

Las acciones en Europa en contra de Google buscan proteger a las empresas, no a los consumidores, según un artículo de The Economist.

Google tiene el 68% del mercado de búsquedas en la web en EE.UU. y más del 90% en muchos países europeos.
Google tiene el 68% del mercado de búsquedas en la web en EE.UU. y más del 90% en muchos países europeos.

Aunque ninguna empresa ha sido mencionada por su nombre, queda muy claro qué gigante estadounidense de internet tiene en la mira el Parlamento Europeo en una resolución que ha estado dando vueltas en el período previo a la votación del 27 de noviembre.

Un proyecto exige “motores de búsqueda individualizados de otros servicios comerciales” para garantizar la igualdad de condiciones para las empresas y consumidores europeos. Este es el último y más dramático estallido de Googlephobia en Europa.

El ex comisario europeo de Competencia, Joaquín Almunia, negoció una serie de acuerdos este año que le exigen a Google dar más protagonismo a los servicios comerciales y de mapa de sus competidores junto con sus propios servicios en los resultados de búsqueda. Pero los eurodiputados quieren que su sucesora, Margrethe Vestager, adopte una posición más firme. De ahí los pedidos de desmembrar la compañía.

El Parlamento no tiene realmente el poder de llevar a cabo esta amenaza. Pero esto atañe a una pregunta que se han planteado políticos desde Washington a Seúl y reúne a todo tipo de cuestiones desde la privacidad a la política industrial. ¿Cuán preocupante es el dominio de internet por parte de Google y un puñado de otras empresas?

¿Quién tiene miedo del feroz motor de búsqueda?
Google (cuyo presidente ejecutivo, Eric Schmidt, es miembro de la junta directiva de la compañía matriz de The Economist) tiene el 68% del mercado de búsquedas en la web en Estados Unidos y más del 90% en muchos países europeos. Al igual que Facebook, Amazon y otros gigantes de la tecnología, Google se beneficia de los efectos de red por medio del cual la popularidad de un servicio atrae a más usuarios y así se autoperpetúa.

Google recopila más datos que cualquier otra compañía y es líder en explotar esos datos para tener un mayor conocimiento del mercado. Una vez que la gente comienza a usar las búsquedas de Google (y su email, mapas y almacenamiento digital), rara vez se van. Los pequeños anunciantes consideran el cambio a otra plataforma algo demasiado tedioso de realizar.

Google es claramente dominante; pero si abusa o no de ese dominio es otro asunto. Se le acusa de favorecer a sus propios servicios en los resultados de búsqueda, dificultando las cosas para los anunciantes que quieren gestionar campañas a través de varias plataformas en línea, y presentando respuestas en algunas páginas de búsqueda directamente en lugar de referir al usuario a otros sitios web.

Sin embargo, su comportamiento no está al mismo nivel de la campaña sistemática de Microsoft contra el navegador Netscape a finales de 1990: no hay correos electrónicos que hablan de “cortar el suministro de aire” de los competidores. Es más, algunas de las características que hacen daño a los competidores de Google benefician a sus consumidores.

Dar a las personas detalles de vuelo, definiciones de diccionario o un mapa de inmediato les ahorra tiempo. Y mientras que los anunciantes suelen pagar tasas altas por los clics, los usuarios obtienen el servicio de Google por nada a cambio, al igual que los fontaneros y floristas pagan por aparecer en las páginas amarillas que se dan a los lectores sin costo alguno, y las discotecas cobran a los hombres elevados precios de ingreso pero dejan entrar a las mujeres gratis.

También hay buenas razones por las que los gobiernos deben regular los monopolios de internet menos enérgicamente que los que no están en la red. En primer lugar, las barreras de entrada son más bajas en el ámbito digital. Nunca ha sido más fácil lanzar un nuevo producto o servicio en línea: piense en el rápido ascenso de Instagram, WhatsApp o Slack.

Construir una infraestructura física para una empresa es mucho más caro (solo pregúntele a los operadores de telecomunicaciones o a las empresas de energía), y como resultado hay mucha menos competencia (y más necesidad de regulación) en el mundo real.

Es cierto que las grandes empresas siempre pueden comprar rivales advenedizos (como Facebook hizo con Instagram y WhatsApp, y Google hizo lo propio con Waze, Apture y muchos más). Pero este tipo de adquisiciones luego estimula la formación de mucho más start-ups, creando aún más competencia para las empresas tradicionales.

En segundo lugar, aunque cambiarse de Google y otros gigantes de internet no es gratis, sus productos no encierran a los consumidores como lo hizo Windows, el sistema operativo de Microsoft. Y aunque los efectos de red pueden persistir por un tiempo, no confieren una ventaja duradera: piense en el declive de MySpace, o más recientemente de Orkut, la otrora dominante red social de Google en Brasil, ambas eclipsadas por Facebook, que también se ve amenazada por una ola de aplicaciones de mensajería.

Por último, la lección de las últimas décadas es que los monopolistas tecnológicos (como IBM en mainframes o Microsoft en sistemas operativos de PC) pueden ser dominantes por un tiempo, pero eventualmente son derribados cuando no pueden avanzar con el tiempo, o cuando las nuevas tecnologías amplían el mercado de maneras inesperadas, exponiéndolos a nuevos rivales.

Facebook está consumiendo parte de los ingresos publicitarios de Google. A pesar del éxito de Android, la plataforma móvil de Google, el auge de los teléfonos inteligentes puede socavar Google: ahora los usuarios pasan más tiempo en las aplicaciones que en la web, y Google está perdiendo gradualmente el control de Android en tanto otras empresas construyen sus propios ecosistemas móviles por encima de sus bases de código abierto.

Hasta el momento, ninguna empresa se ha mantenido como el mandamás de la tecnología de la información de un ciclo a otro. A veces los antiguos monopolios terminan con una lucrativa franquicia en una zona legado, como la tienen Microsoft e IBM. Pero los reinos que gobiernan resultan ser sólo una parte de un mapa mucho más grande.

Cuidando a sus propias firmas
La Googlephobia del Parlamento Europeo espera con una máscara dos preocupaciones, uno más digna que el otro. La lamentable, que los políticos estadounidenses señalaron esta semana, es el deseo de proteger a las empresas europeas. Entre las voces más fuertes en contra de Google están Axel Springer y Hubert Burda Media, dos gigantes medios alemanes. En lugar de atacar a las empresas estadounidenses de éxito, los líderes europeos deberían preguntarse por qué su continente no ha producido un Google o Facebook. La apertura del mercado de servicios digitales de la UE haría más por crear uno que proteger a las empresas locales.

La buena razón para preocuparse por los gigantes de internet es la privacidad. Está bien limitar la capacidad de Google y Facebook para usar los datos personales: sus servicios deben, por ejemplo, venir con una configuración predeterminada que custodie la privacidad, para que las empresas que reúnen información personal tengan que pedir a los consumidores si desear entrar. Los políticos de Europa han mostrado más interés en esto que los estadounidenses. Pero para hacer frente a estas preocupaciones, deben regular el comportamiento de las empresas, no su poder de mercado. Un pensamiento más claro de los políticos europeos beneficiaría a los ciudadanos del continente.

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