(Bloomberg).- ¿Qué pasaría si los seres humanos pudieran cargar todos los grandes clásicos de la literatura en su cerebro, sin tener que pasar por el arduo proceso de la lectura?
Por maravilloso e igualador que eso pudiera parecer, es una perspectiva que no estoy segura de que deberíamos abrazar sin más.
Hace un tiempo, escuché una entrevista al futurista Ray Kurzweil en el programa de radio StarTalk del astrofísico Neil deGrasse Tyson. Kurzweil explicó cómo algún día nuestro cerebro podría tener una interfaz directa con formas no biológicas de inteligencia, posiblemente con la ayuda de nano-bots que viajarían por nuestros capilares.
Dado que esa interfaz sería mucho más veloz que la lectura común, continuó, podríamos devorar novelas como “Los hermanos Karamazov” en minutos, en lugar de la forma bastante torpe de ingestión conocida como lectura, la que, dijo, “podría llevar meses”.
En ese momento, Tyson preguntó: ¿Estás diciendo que podríamos subir al cerebro “Guerra y Paz”? Sí, respondió Kurzweil: “Nos conectaremos con las jerarquías neocorticales con conocimientos pre-cargados en la nube”.
Ese fragmento de conversación me desconcierta y me fascina desde entonces. Confieso que no sé absolutamente nada de neurociencia. Pero el solo hecho de saber algo sobre la lectura hace que la historia anterior sea inverosímil, si no alarmante.
El libro elegido por Kurzweil tiene un significado especial para mí. He leído “Los Hermanos Karamazov” varias veces, la primera cuando tenía 15 años y era una niña suburbana nerd y trágicamente deprimida. Fue una revelación, dio sentido a mi vida. Ese libro me cambió. Después lo leí dos veces más, primero a los 20 y luego a los 30.
Todas las veces fue influyente, pero extrañamente parecía un libro por completo distinto. Ahora estoy por hacer una cuarta lectura y estoy segura de que ni siquiera estaré de acuerdo con mis antiguos yos en cuanto a quién es el personaje principal, para no hablar del sentido del libro.
Desde mi punto de vista, el aprendizaje que realizamos cuando leemos un libro tiene poco que ver con el conocimiento -¿qué sería una versión precargada de “Los Hermanos Karamazov”?- y todo que ver con nuestra reacción emocional y moral ante el relato.
A medida que me hago mayor, perdono las hipocresías más rápidamente y me identifico con la decadencia con más facilidad. Entiendo el conflicto espiritual pero no me alarma. Por eso, el libro en sí mismo es diferente cada vez que lo lee una versión diferente de mí.
No estoy segura de lo que piensa Kurzweil cuando dice que nuestra mente informática no tendrá que molestarse en leer el libro, y quiero reconocer los méritos de él y sus otros amigos futuristas con cerebro informático. Seguramente quieren decir algo más que tener el texto del libro en sí a nuestra disposición o incluso memorizado.
Eso no sería conocimiento. Debe ser algo más profundo, una representación del libro posiblemente como narración o quizá como película. Pero, insisto, si tenemos acceso sólo a esa película, no constituye el mismo aprendizaje que surgiría de leer y experimentar el libro.
Solo quedan otras dos posibilidades, al menos en mi limitado cerebro biológico. Primera, que el “verdadero significado” del libro sea codificado de una vez para siempre por una computadora y se lo inserte en nuestra memoria de largo plazo.
Eso inevitablemente sería poco satisfactorio porque significaría que, si “lo leo de nuevo”, experimentaría exactamente lo mismo. Además, ¿la experiencia de quién se codificaría?
Por último, existe la posibilidad de que el verdadero significado del libro cambie de acuerdo con el estado de mi cerebro: que la interfaz mire mi mente, vea y entienda mi paciencia para con la hipocresía y el conflicto espiritual y luego transforme la historia en consecuencia.
En cuyo caso, cada vez que subiera ese libro o cualquier otro, experimentaría una historia diferente. Dudo que esto sea posible y, en todo caso, la falta de participación activa me resultaría espeluznante. Dicho esto, decididamente pagaría una suscripción mensual para probarlo.
Por Cathy O’Neil
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial ni la de Bloomberg LP y sus dueños.
Cathy O’Neil es matemática y ha trabajado como profesora, analista de fondos de cobertura y científica de datos. Fundó ORCAA, compañía de auditoría algorítmica, y es autora de “Weapons of Math Destruction”.