AFP.- A Manuel Mourelo le asaltan los recuerdos mientras pasea con su bastón de caña por las callejuelas del barrio Gótico de Barcelona: sus hijos jugando, las fiestas vecinales, los bares tradicionales… Ahora “todo ha desaparecido”.
Marabuntas de turistas ocupan sus laberínticas calles en visitas guiadas, excursiones con bicicleta y patinetes eléctricos “segway”, mientras los edificios se van vaciando de vecinos para dejar paso a apartamentos turísticos y pisos de lujo.
Manuel, llegado en 1962 de un pueblo de Galicia (noroeste), tuvo que marcharse en noviembre. El piso que alquilaba desde hacía 25 años fue vendido a un inversor y él tuvo que irse fuera de la ciudad.
“Esto era mi pueblo”, lamenta este hombre de 76 años con un bigote espeso y gruesas gafas. “Aquí lo tenía todo: mis amigos, mis tiendas, aquí me casé, aquí nacieron mis hijos y aquí pensaba que me iba a morir”.
Vaciado urbano
La población del barrio no para de disminuir: de 27,470 en el 2006 a 15,624 en el 2015. Además, el 63% de los habitantes son “flotantes”, es decir, visitantes o arrendatarios muy temporales.
En el conjunto del distrito, Ciutat Vella, que engloba el casco viejo y la principal playa de la segunda ciudad española, se pierden 104 vecinos al mes, según el ayuntamiento.
Paralelamente, el precio de alquiler del metro cuadrado subió de 14.4 a 19 euros en dos años, según Idealista, principal portal inmobiliario en España.
Sus vecinos culpan a la especulación inmobiliaria y al turismo masivo generado por las plataformas de alquiler de pisos turísticos. Lo mismo ocurre en otras ciudades turísticas europeas como París, Londres o Milán.
Ya “no estamos hablando de gentrificación, de la substitución de la población original por otra más rica. Estamos hablando de un vaciado del centro histórico”, explica Gala Pin, concejal municipal de Ciutat Vella.
Manuel pagaba casi 500 euros por su piso. Cuando lo echaron, fue imposible quedarse en el barrio: “Me pedían 1,000, 1,200, 1,500 euros cuando mi pensión es de 675 euros”.
“Los centros urbanos son concebidos como máquinas de hacer dinero mientras las clases populares son desplazadas hacia fuera”, denuncia el sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Daniel Sorando, coautor de un libro sobre la materia, “First we Take Manhattan”.
Numerosas ciudades buscan frenarlo. En París, Londres y Ámsterdam limitaron el tiempo de alquiler e impusieron un registro.
Barcelona, dirigida por la antigua activista del derecho a la vivienda Ada Colau, multó a las plataformas Airbnb y Homeaway con 600,000 euros por publicitar apartamentos sin las licencias necesarias.
Se defiende
Desde la plataforma aseguran que estos problemas de vivienda “existían de mucho antes” y que el encarecimiento del alquiler responde a “la casuística del mercado inmobiliario”.
Estudios realizados en ciudades como Berlín, Los Ángeles, Londres o Barcelona demuestran que “el número de casas ofertadas para un uso exclusivamente profesional (apartamento entero por más de 120 días) es demasiado bajo para tener impacto en el mercado inmobiliario”.
En el distrito de Ciutat Vella, “hay tres veces más casas vacías que anuncios de casas enteras en Airbnb”, asegura su director de comunicación en España, Andreu Castellano.
Sin embargo, en París, primer mercado mundial de Airbnb con unos 65,000 anuncios, la alcaldía cifra en 20,000 el número de pisos retirados del circuito de alquiler normal a causa de los alquileres de corto plazo en cinco años.
Con 1.3 millones de viviendas, la ciudad “no tiene suficientes y esto contribuye a la escasez e influye obviamente en el alza de los precios” inmobiliarios, explica a la AFP su concejal encargado de la vivienda, Ian Brossat.
Preocupados, los habitantes del cuarto distrito de la capital francesa, donde está la catedral de Notre Dame y el animado barrio Le Marais, organizaron en marzo un coloquio sobre la “desertificación invisible” de los centros de Barcelona, Milán, París, Londres o Berlín.
En Ámsterdam, según Senne Janssen, autor de un estudio para el banco ING, los ingresos extra generados por estos alquileres hacen que los propietarios estén dispuestos a pedir préstamos más elevados por el inmueble, generando un aumento indirecto de los precios, afirma.
Pero, debido a la novedad del fenómeno, aún existen pocos datos fiables, admiten los expertos.
Según Diane Coyle, profesora de Economía en la Universidad de Manchester y autora de un informe sobre sus efectos en el alquiler, es más fácil culpar a la plataforma que solucionar la escasez pre-existente de viviendas en algunas zonas.
Sin embargo, todos los profesionales consultados consideran que en mercados ya saturados tiene un impacto sobre la disponibilidad de pisos.
Para inversores
En Barcelona, con unos 30 millones de visitantes anuales, la caída de precios tras el derrumbe inmobiliario espoleó las inversiones.
“Por el precio de un piso en París, puedes comprar cuatro en Barcelona y su rentabilidad es muy superior”, asegura Sergi Leiva, de la inmobiliaria familiar MK Premium. La mitad de sus clientes son extranjeros, que buscan una segunda residencia o una buena inversión.
“Las ciudades se convierten en clústeres de ocio y consumo, zonas de consumo rápido, una especie de fast-food turístico”, analiza Socorro Pérez, doctora en geografía humana de la Universidad de Barcelona. “Esto nos lleva a ciudades deshabitadas, zonas muertas”, advierte.
Para los que aguantan, la vida es complicada por la aglomeración en las calles, los ruidos, las tensiones con los visitantes que descuidan el mobiliario urbano y la desaparición del comercio tradicional de barrio por falta de clientes.
“Si no te expulsan los precios, te expulsa la presión cotidiana”, lamenta Martí Cusó, un activista vecinal de 27 años. Criado en el Gótico, es el único de sus amigos que todavía vive allí.
Entre tiendas de diseño y lujosos restaurantes, sobrevive todavía una histórica tocinería, con embutidos y quesos en su escaparate.
“Somos el último bastión del barrio”, resume Anna Pérez, hija de los fundadores, “una especie de Astérix y Obélix”.