Raúl Castro Pereyra
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Seis, cuatro, tres y ahora solo dos. Muchos empiezan, pero solo pocos acaban. Ahí quizá yace la diferencia entre los que se atreven a crear, innovar y los que no. Valeria Wu y Raquel Herrera cruzaron esa frontera.
Hace cerca de tres años empezaron a trabajar un proyecto tecnológico, que sin saberlo ganaría premios, las llevaría hasta la lejana Abu Dabi, pero sobre todo lo están aplicando. Solo un detalle: Valeria tiene 14 años y Raquel 17. Una coincidencia: ambas son alumnas del colegio Roosevelt.
El emprendimiento de las jóvenes tiene aún más mérito si miramos el último ranking del Foro Económico Mundial, que ubica al Perú en el puesto 122 de 144 países, en el indicador de innovación.
“Mucha gente no creía en nuestro proyecto, y nosotras no éramos capaces de demostrar que iba a funcionar”, recuerda Valeria. “Creo que la gente que deja las cosas a medias, es que nunca le importó tanto”, añade. “Hay un grupo de personas que tienen miedo al fracaso y no lo intenta”, complementa Valeria a Raquel, con la misma complicidad con la que han trabajado juntas durante los últimos tres años.
Vamos a cambiar
Son las cuatro de la tarde de un lunes y la piscina del colegio se ve desde uno de los balcones del plantel, ubicado en el distrito de La Molina. Se escuchan las instrucciones del profesor, el ímpetu de los niños y el sonido del agua quebrándose con las brazadas y patadas.
Hace tres años, un estudio hecho por un grupo de alumnos, también del Roosevelt, para el foro Global Issues Network of The Americas (GIN), realizado en el colegio, determinó que precisamente la piscina era el principal contribuyente de emisiones de carbono de todo el plantel. Setenta y cinco toneladas métricas al año. Temperar miles de litros de agua tiene un alto costo, también para el ambiente. Pero en frías cifras, al Roosevelt le costaba US$ 30,000 anuales.
Ese es el origen del proyecto que une a Valeria y Raquel, y en el que empezaron junto a otros cuatro alumnos. Algunos de ellos fueron parte del equipo que midió las emisiones de carbono en el colegio y que obtuvo US$ 5,000 donados por la State University of New York, en la conferencia de GIN 2011.
El nuevo plan pretendió dar un paso más. Y es que el problema ya estaba detectado faltaba pues una solución. ¿Cómo lograr entonces crear energía menos contaminante? Esa era la pregunta, pero a la vez ¿cómo calentar esos miles de litros de agua que repletan la piscina?
“Pensamos en el viento, en el agua como generadores de energía y así calentar la piscina (…) pero no era la mejor opción”, recuerda Valeria. “También teníamos interés en la energía solar”, agrega. “Sabíamos que en Lima hay una alta radiación”, sostiene Raquel. Con esa idea se quedaron y continuaron.
Casi en paralelo con su investigación y con un plan más claro, el equipo, hasta ese entonces integrado por seis personas, viajó en el 2012 al GIN de Brasil. En el foro, la plataforma llamó la atención.
Tomemos decisiones
Decididas ya a utilizar energía solar, el equipo pensó que la mejor solución era operar con paneles solares. Incluso, recordaron que un exalumno del Roosevelt, trabajaba en una compañía que los importaba. Lo buscaron, lo ubicaron, pero él ya había dejado el negocio.
Igual siguieron investigando y hallaron que los paneles solares tienen un alto costo, pero sobre todo reclaman de un generador. Pero no solo no tenían dinero, sino tampoco espacio para montar esa tecnología. Eso fue un nuevo descarte, pero también una desilusión. Encontraron literatura sobre el uso de termas solares. Se enteraron así de que era una tecnología que podía ser mixta, es decir, la piscina podía tener agua caliente gracias a la luz solar, pero también obtenerla de su fuente original. Los espacios que demandaban su instalación era más racional. Se podrían colocar en el techo de una de las aulas.
La tecnología consiste en la instalación de largos tubos por donde circula el agua, que es llevada desde la piscina hasta las termas solares. En el caso del sistema del colegio, hay 10 termas, y cada una tiene 18 tubos al vacío, que en su interior contienen un alambre de cobre, que con la radiación del sol se llegan a calentar. A la vez que se calienta el alambre de cobre, el agua también.
El agua de la piscina que será calentada se almacena en un tanque en la parte superior de la terma solar. El sistema es automático. Ya está programado para calentar a un máximo de 29 grados. Después de que el agua se calentó se va a la piscina, y todo comienza de nuevo.
Cuando el agua ha sido calentada, pasa por unos tubos diferentes hacia el calentador original a gas, por si se necesita elevar más de temperatura.
El sistema es híbrido, para que siempre haya agua caliente para la piscina.
Incluso, para convencer a los padres de familia, fue decisivo el hecho de que el sistema sea híbrido. En invierno la eficiencia es solo del 30%, en verano está cerca al 100%.
En octubre del año pasado se instaló toda la plataforma. Claro, antes fue aprobado por la asociación de padres y por los directivos del colegio.
Números limpios
En algún momento la historia de Raquel y Valeria parecía ser parte de un guión que persigue a las innovaciones: solo el 5% de ellas se convierten en productos exitosos, según Concytec. Es más, el tránsito entre la investigación y la realidad puede tomar hasta 10 años. Las jóvenes no debieron esperar tanto.
Tanto es el esfuerzo, que hasta crearon un horario de trabajo, a veces muy temprano, otras hasta muy tarde en el colegio. “Estábamos tan involucradas, que nada importaba más que esto”, señala Valeria.
No se puede innovar, si no hay sacrificio. Primera conclusión. Segunda conclusión, es imposible innovar si no se investiga. Aquí también el equipo y luego el dúo, pasó meses en busca de soluciones. Tercera conclusión. Sigue, aunque no crean en ti. El proyecto de las jóvenes fue recién aprobado luego de presentarlo, hasta tres veces, a la junta de autoridades del colegio.
¿Y qué han logrado luego de tres años? El uso de las termas solares permite que el colegio ahorre US$ 20,000 anuales. Con se dinero, el Roosevelt evalúa crear un fondo para proyectos de sostenibilidad, que financiará otras iniciativas surgidas desde el seno de los alumnos, y que ayuden a tener un clima más saludable y limpio en el plantel.
El retorno de la inversión es de seis a ocho meses. En ese camino están.
Sin embargo, cuando decidieron que la mejor energía sería la que se produce a través de las termas solares, también supieron que ese sistema costaría US$ 11 mil. ¿De dónde los sacarían? Valeria cuenta que US$ 6 mil fueron entregados por la junta de padres de familia. Claro, antes debieron convencerlos y explicarles la viabilidad del proyecto. El resto del dinero, fue entregado por la State University of New York a los alumnos que midieron la huella de carbono del colegio en el 2011.
Tenemos planes
Valeria y Raquel son amigas desde el 18 de octubre del 2011. Así de preciso. Ese día se conocieron. Esa es la fecha en que celebran su amistad.
Un día en el verano del 2013 se reunieron en el boulevard de las playas de Asia. El proyecto las había llevado a trabajar, incluso, en vacaciones.
Repasaron un poco la situación, solo tenían la mitad del dinero, no había una compañía que instalara las termas solares, tampoco tenían la autorización del colegio y el grupo se seis solo se resumía a ellas. Aún con todo ese panorama decidieron que sí seguirían con el proyecto. Recuerde, ellas optaron por cruzar esa frontera, que traspasan los que innovan.
Ambas recuerdan esa parte de la historia, mientras miran el ajedrez de tubos que componen las termas solares, regados con estratégica geometría en el techo de las aulas de inicial.
“A mí mucha gente me ha dicho que debemos patentar la idea, sucede que hemos implementado la tecnología. Pero también me han dicho ser consultor en tecnología sostenible”, revela Raquel, sin embargo, revela que han pensado también crear una compañía, aún no saben cómo ni cuándo, pero está en la agenda. Por lo menos, el nombre ya lo tienen: The Vara System. En el nombre está un homenaje a la unidad y amistad: Valeria y Raquel.
“Por qué no haríamos una compañía, trabajamos tan bien juntas que no hay otro camino”, señala Raquel, y otra vez sonríe con Valeria.
EN CORTO
La mentora. Muy cerca de ellas, como ha sido en los últimos años, está la profesora Allana Rumble, quien llegó hace cinco años de Canadá. Es experta en temas de medioambiente y energías renovables. Fue también la asesora durante todo el proyecto e incluso las acompañó a su viaje a Abu Dabi.
LAS CLAVES
Realidad. Entre el 2004 y el 2012, las universidades estatales recibieron S/. 1,400 millones para investigación. El dinero vino del canon pagado por las mineras. Solo se gastó el 35%, por falta de personal calificado y de proyectos.
Menos que todos. El 0.15% del PBI es para tecnología e innovación. El promedio de la región es del 0.6%.
Universo. El Perú requiere de S/. 4,000 millones para la formación de 17,000 científicos más en el 2021.
Personal. El directorio de científicos que posee Concytec está integrado por 13,800 personas.
Dos adolescentes, Abu Dabi y US$ 50,000
En agosto del año pasado, durante una reunión con padres de familia, una madre se le acercó a Valeria y Raquel y les contó de una cita científica que cada año se hace en Abu Dabi, en la que podían incluso participar.
El evento, llamado Abu Dhabi Sustainability Week, implicaba enviar la idea del proyecto –que en su caso ya estaba a punto de ejecutarse– para ser evaluados. Todo el proceso se hacía vía internet. Había cuatro niveles de selección. Cada vez que pasaban una nueva etapa recibían un sobrio correo informándoles de los nuevos requisitos para dar el siguiente paso. “Cada correo era súper emocionante”, narra Valeria en medio de risas.
Queda claro que la selección fue severa. Entre el jurado figuran personas como presidentes o ejecutivos de compañías y hasta el gurú del management Richard Branson.
Un dato más: solo invitan a dos colegios por continente. En el caso del Roosevelt concursó frente a otros 500 centros educativos, para luego ser parte de una suerte de selección final, entre un puñado de colegios de los cinco continentes. ¿Qué evalúan? El impacto positivo que puede tener tu innovación en tu propia escuela. Obviamente fueron seleccionadas. El proyecto que llevaron entonces a Abu Dabi era varias veces más prolijo que el inicial, pues no solo era usar paneles térmicos para calentar el agua de la piscina, sino también convertir a gas natural los buses que usa el colegio, instalar paneles fotosolares para generar la luz que nutre a los salones del colegio, así como ampliar los paneles. “Todas las propuestas que hemos presentado no solo buscan un colegio sostenible, sino también generar ahorro”, indica Raquel, bajo la atenta mirada de la profesora Allana Rumble, quien las acompañó al foro.
Luego de exponer su iniciativa durante varios días, el jurado les concedió el segundo puesto, cuentan las dos adolescentes con evidente felicidad. El recuerdo está allí, limpio, claro.
¿Y qué ganaron? El Zayed Future Energy Prize que les concedió US$ 50 mil. Todo ese dinero no será para ellas, sino para implementar todas las iniciativas que propusieron y que les permitió llegar a Abu Dabi. El plan ambiental debe ser ejecutado durante todo este año. “Hicimos un compromiso para la ejecución del proyecto en un periodo determinado”, cuentan Valeria y Raquel.