(Bloomberg).- Dado el grave problema que se creó a sí misma United Airlines después que un pasajero fue retirado a la rastra de un vuelo completo la semana pasada, Delta dijo que podría aumentar los incentivos para el “embarque denegado voluntario”.
Los agentes ahora estarán autorizados a ofrecer hasta US$ 2,000 para convencer a los pasajeros de renunciar a sus asientos, suma significativamente más alta que el límite anterior de US$ 800.
Si eso no funciona, los supervisores de los agentes pueden autorizar pagos de casi US$ 10,000.
El objetivo de Delta es claro: usar el incentivo de precio para resolver el problema de los vuelos sobrevendidos y, por lo tanto, evitar la indignación que alimentan las redes sociales y que seguramente volvería a estallar si hubiese otra “reubicación” (como denominó United inicialmente al incidente) involuntaria complicada.
A primera vista, este enfoque probablemente logre reducir para Delta las situaciones en que se impide el embarque, de las cuales hubo unas 1,200 en el 2016. Una vez que una gran línea aérea aplique ese sistema, otras probablemente sigan sus pasos (en particular las grandes empresas aéreas como American y United).
¿Pero qué ocurriría si conocimientos de la teoría del juego –y en particular, el mayor potencial de altos pagos colectivos por una connivencia colaborativa creíble- informaran la reacción de los pasajeros? Evaluarían maneras de enriquecerse a expensas de la aerolínea.
He aquí un ejemplo: una vez que la línea pida voluntarios, aquellos dispuestos a responder formarían un grupo consultivo que asignaría a un pasajero la pérdida del vuelo y luego acordaría resistirse colectivamente hasta que la aerolínea se acercara a su nuevo máximo de US$ 10,000.
Llegado ese punto, el pasajero elegido se ofrecería como voluntario, recibiría la indemnización, se guardaría una buena parte de ésta y haría pagos laterales más pequeños a los otros miembros del grupo.
Obviamente, este enfoque no es a prueba de tontos. La connivencia eficaz y el compromiso firme son difíciles en un avión lleno de extraños, en especial cuando los pasajeros llegan a la puerta de embarque a distinta hora y es improbable que, después del vuelo, interactúen con los otros viajeros en el futuro.
El incentivo para que alguno de los pasajeros se niegue a ser miembro del grupo, o se separe de él, es considerable –en particular porque no hay mecanismos fáciles para obligar a que haya disciplina de grupo-.
También se suma a las dificultades para formar coaliciones eficaces el hecho de que la indemnización de la aerolínea probablemente consista en créditos de viaje más que en dinero en efectivo, lo que hace que los pagos laterales sean complicados y difíciles de garantizar. También existe el problema de la participación no genuina de pasajeros que no tienen verdadero deseo de ofrecerse como voluntarios pero ven esto como una oportunidad de conseguir un pago potencialmente carente de riesgos.
Aun cuando los pasajeros superaran todos esos problemas, es improbable que estos aspectos teóricos del juego permitan un “juego repetido” en el que los pasajeros se beneficiaran repetidas veces a expensas de la línea aérea. Después de todo, la línea aérea no tardaría en darse cuenta de que el mejor abordaje en lo que respecta a valor neto es ahora bajar su exposición contingente reduciendo las prácticas de sobreventa.
¿Significa esto que la propuesta de Delta no es más que una medida inteligente de relaciones públicas destinada a quitarles cuota de mercado a las otras aerolíneas? Probablemente haya algo de eso pero dista de ser un gancho, en especial porque es probable que las otras líneas aéreas sigan sus pasos.
El resultado más probable de este cambio en la política de embarque denegado voluntario probablemente se concrete sin noticias resonantes sobre pasajeros que logren sacar ventaja de la aerolínea por medio del “arbitraje”.
En lugar de realizar pagos atractivos, las líneas aéreas reducirán la cantidad de plazas que venden en los vuelos sobrevendidos y, como algunos pasajeros cancelarán a último momento, algunas rutas populares podrían incluso acabar con asientos vacíos.
Los pasajeros tendrán una experiencia levemente menos desagradable, las aerolíneas ganarán un poco menos de dinero y las tormentas en Twitter se centrarán en otros aspectos de la experiencia de viaje.
Por Mohamed A. El-Erian
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial ni la de Bloomberg LP y sus dueños.