“Mis padres me enseñaron a ser un caballero, a llevar siempre un pañuelo limpio en el bolsillo y los zapatos relucientes. Ay, si me vieran hoy…”. Lo cierto es que me sorprendieron sus zapatos desde el momento en que lo vi: algo no terminaba de encajar en su atuendo; trasegando su vino blanco de buena mañana, acompañado de finas lascas de jamón pata negra, el cabello revoloteando airado sobre su egregia y anciana cabeza. ¿Qué le ha pasado a sus zapatos? “Que no les he dado lustre [se ríe], antes era más capaz para este tipo de cosas”.
Hijo de campesinos del norte de Italia (San Biagio di Callalta, Treviso, 2 de julio de 1922), con sus padres huyó de la Italia de Mussolini dejando atrás un desolador paisaje de tierra quemada. Fueron refugiados de guerra primero en Saint-Étienne y poco después en Vichy, bajo el régimen colaboracionista del mariscal Petain. El joven Pietro trabajó como funcionario para la Cruz Roja del general Verdier. Terminada la guerra, liberado París, allí la familia Cardin (acentuado entonces en la i) rehízo su vida. Él trabajó en un ultramarinos y en lo que pudo para costearse sus estudios de dramaturgia (“Quería ser actor, ¿no ve que soy un poco cómico?”), pero tras unos no muy lucidos papeles junto a su amada Jeanne Moreau, terminó haciendo escenografía y vestuario para grandes como Vittorio de Sica o Jean Cocteau.
Hoy, gracias a su visionaria costura, es no solo el modisto más rico del planeta (su facturación nunca ha sido publicada, pero se calcula en 500 millones de euros anuales, y el precio de venta de la firma es de 1.000 millones) sino el único que ostenta la distinción de miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia. Me señala la insignia, una especie de botón bordado que luce en su solapa: “Es más difícil tener esto que ser un príncipe” (apenas 34 académicos elegidos entre las más preciosas de las artes).
Ha venido a Barcelona a inaugurar la pasarela de moda 080 con su última producción teatral (desde hace 54 años posee y dirige personalmente el Teatro Pierre Cardin, en la plaza de la Concordia, “uno de los más bellos de París, y el más revolucionario”). La obra que esa noche vimos, estrenada en la Fenice de Venecia y que ahora recorrerá el viejo y el nuevo mundo, está basada en los tortuosos sentimientos de Dorian Gray, el célebre personaje de Oscar Wilde. Un musical y apenas dos actores: el dandi y su alma, moviéndose al unísono, Dorian Gray. La belleza no tiene piedad.
P. ¿Es cruel la belleza, “monsieur” Cardin?
R. Es cruel cuando uno tiene una edad como la mía, sí.
P. Pero no se priva usted del buen jamón y el buen vino a estas horas de la mañana…
R. El jamón español es el mejor del mundo, por qué no iba a tomarlo. Y soy hijo de las viñas del norte de Italia: aunque a estas alturas ya como muy poco, bebo mucho vino blanco, me encanta, y no me importa la hora que sea.
P. Se dice siempre muy agradecido a su suerte, al amor y al destino, pero, ¿alguna vez ha pensado que podría haber sido más feliz dedicándose por entero a las artes escénicas?
R. No, de hecho hubiera podido hacerlo, en aquel entonces era financieramente libre, pero sin embargo la moda ha sido siempre mi prioridad. De entre todo lo que he hecho a lo largo de mi vida, la moda es lo principal, y sólo gracias al éxito que tuve en la moda he conseguido todo lo demás. Pero sí, antes fui actor, y trabajé junto a mi amada Jeanne Moreau…
P. ¿Y por qué lo abandonó?
R. Porque en la vida uno tiene que hacer elecciones, escoger entre sus preferencias.
P. ¿Entonces ya estaba usted obsesionado con la belleza?
R. Es mi oficio, la belleza es mi oficio, siempre lo ha sido.
P. ¿Nació usted con esa obsesión o cuándo le sucedió?
R. Antes de nacer no recuerdo nada [se ríe], no remember! [más risa]. Me di cuenta de ello a los 18 años, hasta entonces había trabajado en administración para la Cruz Roja, junto al general Verdier, durante la Segunda Guerra Mundial [Verdier fue delegado de la Cruz Roja francesa en el suroeste de Francia mientras fue zona libre].
P Ha estado toda la vida junto a los más grandes de todas las artes, ¿siente nostalgia del tiempo? ¿Cómo asume la finitud del tiempo?
R. La veo pasar, la finitud del tiempo, sin llegar a comprenderla.
P. Tengo entendido que continúa usted dibujando prácticamente a diario y que controla todo lo que se vende bajo su nombre…
R. Evidentemente, si no la casa cerraría, ¡quién iba a diseñar por mí!
P. ¿Pensar siempre en el futuro y rodearse de creadores jóvenes es el secreto de su longevidad tan activa y fecunda?
R. No soy yo quien pueda decir algo así. Es una ventaja, desde luego. Primero la salud y luego, la creatividad y la juventud que siempre me rodea, sí.
P. Ha sido siempre un visionario, socializó la moda con el “pret-à-pôrter” y la llevó a los países del Este y Asia décadas antes que cualquier otro. En 1979 celebraba su 40 aniversario en la Plaza Roja de Moscú. “Monsieur” Cardin, ¿cuántas veces se ha sentido disidente y marginal?
R. Todo el tiempo, siempre, constantemente. Soy por principio un disidente de la realidad de la vida, intentando siempre ir más allá, avanzar, y no por mí, sino por lo que represento.
P. ¿Es usted un creador social y de izquierdas?
R. Social sí, sin duda, pero no de izquierdas, qué va. La izquierda auténtica no existe ya, ahora todos terminan por cubrirse de brillantes y abrigos de visón. Yo conocí la verdadera izquierda, y me avergüenzo a veces de los que hoy se dicen de izquierdas.
P. ¿Quiénes fueron esos adalides de la izquierda auténtica a quienes sí conoció?
R. Oh, Fidel Castro, por ejemplo, a quien conocí muy bien; Mahatma Gandhi, Kennedy [John Fitzgerald]…, a los más grandes de izquierdas tuve la suerte de conocer.
P. ¿Y quiénes serían hoy a su juicio los más taimados representantes de la falsa izquierda?
R. Los que acaban creyéndoselo, rodeándose de brillos.
P. “Monsieur”, además de ser el modisto más adinerado e independiente de toda la historia de la costura [jamás fue comprada su firma por un grupo empresarial], es también el más rico culturalmente hablando. ¿Todo se lo debe usted a su talento?
R. Tuve todas las posibilidades a mi alcance y siempre quise comprender la realidad de la vida. Y la conclusión a la que llegué, lo que terminé por entender, es que la mentira está por todas partes.
P. Ha confesado recientemente que su energía la heredó de la historia que vivió junto a sus padres, del hecho de que supieran resurgir de las cenizas de la guerra, donde todo lo perdieron, norte de Italia, y se rehicieran como refugiados en París después de haber pasado por otras ciudades francesas…
R. No, eso no es verdad. Mis padres me educaron de la mejor de las maneras posibles para ser un caballero; me enseñaron a tener los zapatos siempre relucientes, algo que no he traído hoy…, y a llevar siempre un pañuelo recién planchado en el bolsillo. Recibí una muy buena educación, muy severa y respetable.
P. ¿Fueron sus padres prisioneros de guerra?
R. No, prisioneros de guerra no. Fueron refugiados italianos de Mussolini.
P. ¿Y acaso no fue un gran ejemplo para usted cómo rehicieron su vida después de pasar por los campos de refugiados, una vida tan dura?
R. Primero estuvimos en Saint-Étienne, luego en Vichy y, de ahí, a París, tras la liberación. Mis padres eran campesinos en el norte de Italia, y tener que dejar todo aquello atrás no es que fuera un ejemplo para mí o que me diera la energía de la que habla, sino que me causó una revolución interior, un torrente de rabia.
P. “Monsieur” Cardin, ha diseñado usted muchas otras cosas además de ropa: edificios, teatros, coches, un avión… Y ahora se pelea contra toda normativa por levantar en Venecia Le Palace Lumière. ¿La arquitectura puede ser una escultura habitable?
R. Le voy a responder a esa pregunta a mi manera: la moda es una escultura viva y ponible, habitable. Soy el único modisto del mundo académico de las Bellas Artes. En la academia francesa somos sólo 34 miembros, de todas las artes posibles, incluida la costura, o sea yo.
P. ¿Cómo va su controvertido proyecto veneciano [una triple torre de cristal de 60 pisos de altura y 250.000 metros cuadros de superficie construidos que quiere albergar en torno a un millar de viviendas, además de teatros, restaurantes, instalaciones deportivas e incluso una pista para el aterrizaje de helicópteros]?
R. Estamos esperando que se resuelvan los impedimentos, absurdos, y tal vez se termine cuando yo ya no esté aquí, pero se construirá: estoy convencido. Toda Venecia quiere que se construya.
P. ¿Cómo dice? ¿Irse? ¿Pero usted no era inmortal? ¿Acaso piensa ya en irse?
Nooo, jamás pienso nada parecido, pero el tiempo no se puede parar.
¿Y es verdad que ahora diseña por las noches y a oscuras?
R. Sí, por las noches, pero con luz, claro, ¿cómo si no? [se ríe].
P. Me refiero al proceso de imaginar, de idear, ¿lo hace a oscuras?
R. Ah, eso sí, cuando cierro los ojos veo los colores, las formas, la materia, personajes… Por las noches me encierro en mi mundo de fantasía, donde giran mis pensamientos.
P. ¿Siempre ha sido insomne?
R. No duermo muy bien, la verdad, pero es algo que me ocurre solamente desde hace unos meses. Antes soñaba despierto, ahora sueño porque no duermo, aunque lo intento.
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