Gestión 25 años

Richard Webb: “El Estado tenía que salir lo antes posible del manejo empresarial y de la actividad productiva"

Gestión 25 años. Para el expresidente del BCR, el gran privatizador fue Alan García, ya que durante su gobierno las empresas estatales que estaban funcionando muy mal, quebraron o se vendieron y cuando llegó Fujimori el país ya se había privatizado.

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Usted presidió el BCR durante el segundo gobierno de Fernando Belaunde, época en la que la economía peruana enfrentó una inflación alta. ¿Cómo manejó esa coyuntura económica desde su puesto?
En esos años la economía y la sociedad, en general, vivieron una experiencia tipo tobogán, porque la década de 1980 empezó en un contexto extraordinariamente entusiasta y optimista. Eso tuvo que ver con dos cosas independientes, pero que se sumaron: por un lado, el regreso de la democracia y, por otro, que poco tiempo antes, había empezado una recuperación económica tremenda, gracias al inicio de la producción de petróleo y un boom en el precio de este y de los minerales. Fue así que, de un día para otro, el Perú estaba inundado de divisas y, a la vez, en ese contexto, empezaron a entrar capitales y nuevas inversiones.

El gerente general del FMI, Jacques de Larosière, en su reunión anual de 1979, se había referido al Perú como un ejemplo de los mejores países en el manejo de su economía. Esto fue un poco irónico en vista de lo que vino después, pero así se empezó ese gobierno. Este optimismo duró hasta fines de 1982, cuando repentinamente comenzó la crisis de la deuda externa en el mundo —que arrancó en México— y precipitó un reverso rapidísimo en la actitud de los bancos extranjeros que habían estado financiando al Perú y, en general, a América Latina.

Luego de un cuadro de enorme optimismo financiero que produjo un tremendo flujo de créditos de los países ricos a nuestros países, a fines de 1982, esto se frenó abruptamente y se empezó a dar marcha atrás: los bancos comenzaron a cobrar todo lo que podían y los capitales privados iniciaron su salida. Entonces, casi de un día para otro, el Perú entró en una situación financiera muy problemática.

Y esto se suma a que, precisamente, en esa coyuntura, los precios de los minerales empezaron a caer en el mercado internacional…
Sí. Esto se juntó con un desliz en los precios que comenzaron a bajar en 1980 o 1981, entonces el cuadro de la balanza de pagos se puso muy feo. Pero aquí, en el Perú, hubo una coincidencia extraordinaria, porque la crisis de la deuda externa se inició en octubre de 1982 y dos meses después, se presentó El Niño de 1983, que fue el más destructivo en muchísimo tiempo. Al principio, fue una semana, un mes de lluvias; pero nadie se imaginaba que iba a durar seis meses. Entonces, no hubo una reacción y se fue acumulando el daño antes de que se hiciera algo al respecto. En la costa norte, esto significó una tremenda destrucción de carreteras y cultivos; y en el sur, en la sierra, significó sequía y hambruna. Así, en los primeros seis meses de 1983 teníamos esa doble crisis; triple, sumada la deuda.

Diría que ese fuerte optimismo con el cual empezó el gobierno, hacia 1983 había terminado.
Terrible. Estábamos viviendo todavía una alta inflación del 60% o 70% anual, que se había heredado del periodo militar y se intentaba frenar, pero estábamos, al mismo tiempo, en un cuadro de recesión; entonces, faltaba plata. Fue un cuadro sumamente difícil para el BCR.

Entre las principales funciones del BCR, está, precisamente, controlar la inflación en el país. ¿Cómo lo manejaron en esas circunstancias?
Al principio, cuando estábamos en la fase más optimista, se buscó imponer una disciplina al programa monetario, quitándole el crédito al Gobierno. Se financiaba el crédito necesario para las actividades productivas; sin embargo, en el año 1982, pusimos un freno total para el crédito al Gobierno. Pero este le daba la vuelta a la situación, pues se prestaba más y más de afuera. Era ministro Manuel Ulloa Elías, quien tenía muy buenos contactos con banqueros del mundo y conseguía préstamos. Con eso, el Gobierno continuó con un alto nivel de inversión en infraestructura y caminos, pero incrementó la deuda del país. Pero eso paró, como explicaba, a fines de 1982 y, durante 1983, ya no se podía tener ningún crédito. En ese momento, la inflación estaba en aumento, la producción de los alimentos estaba golpeada por El Niño y tampoco había muchas divisas. Por todos lados, fue una situación terriblemente difícil.

¿Cuál fue la nueva estrategia?
La solución del Gobierno fue buscar un acuerdo con el FMI y los bancos para renovar los créditos sobre la base de un programa estricto de disciplina; pero no se cumplió muy bien, porque tampoco se sabía todo lo que se venía. Al final de ese año, el ministro Carlos Rodríguez Pastor renunció; y le siguieron otros en lo que quedaba del gobierno de Belaunde. En ese periodo, hubo un esfuerzo por imponer disciplina fiscal y monetaria, y poco a poco, se fue logrando algo; pero fue sumamente difícil.

En el caso del BCR, implicó un conflicto con el Gobierno que insistía en que le diéramos más plata y el BCR se negó. Pidieron mi renuncia, pero la nueva Constitución, la de 1979, le daba cierta independencia al banco y no podían obligarme a renunciar, y no lo hice, y así continuamos. Terminó ese gobierno en medio de un cuadro en el que se había reducido el déficit fiscal, pero había mucha inflación, se quitaron los subsidios y la devaluación era fuerte, porque no teníamos dólares y buscábamos siempre que el dólar sea caro para que la gente importara menos.

¿Cuál fue la situación al final del mandato de Belaunde? ¿Con qué pie entró el primer gobierno de Alan García?
Cuando entró, el país ya había estado viviendo un proceso de ordenamiento macroeconómico, fiscal y monetario. Entonces, esta situación había mejorado: la inflación seguía, pero el cuadro fiscal estaba muy mejorado. Internamente, estábamos mejor, pero, por otro lado, no había una buena relación con los bancos: el país ya no tenía con qué pagar. Durante el primer año, yo tenía la impresión de que se iba a mantener esa línea de política; y al principio fue así, pero no duró mucho. Se inició una política que impuso Alan García y sus técnicos, la cual puso de lado todo ese esfuerzo por lograr una solidez macroeconómica y priorizó la producción, o al menos así lo pensaban. De una u otra forma, se empezó a alentar la inversión y el crecimiento productivo. La idea era que eso no iba a causar más inflación, porque había una “capacidad excesiva”; es decir, se podía producir más sin subir los precios. Con esa idea, se manejó buena parte de ese gobierno y, finalmente, resultó en la explosiva inflación.

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¿Qué fue lo que disparó la inflación?
La emisión monetaria estaba subiendo, pero también creo que hubo un factor psicológico. Se perdió totalmente la confianza en cómo se estaba manejando la economía, y eso se agudizó bastante por la toma de los bancos, que creó pánico. Se pensó que ese gobierno era capaz de hacer cualquier cosa, que no había salvación. Y esa fue la historia de los dos últimos años de Alan García.

Si con la toma de los bancos pierde la confianza dentro del país, con la decisión de dejar de pagar la deuda externa, había perdido la confianza internacional…
Como yo interpreto esa decisión… más que una decisión financiera, fue una decisión de estilo político, porque igual no había con qué pagar. No era que estábamos pagando y se decide dejar de hacerlo, no. No había cómo pagar más. Lo que decidió Alan García fue hacer algo que otros países no hacen normalmente, que fue subirse al techo de la casa y gritar al mundo: “¡Yo no voy a pagar más!”. Eso fue un gesto político. Incluso lo que dijo fue que solo iba a pagar el 10% del valor de las exportaciones, que no estaba tan mal en comparación con lo que podíamos pagar. Tuvo cierta racionalidad en el aspecto financiero, pero en el aspecto político, él no podía hacerle eso a los bancos. Los bancos no pueden vivir si un cliente que no puede pagar anuncia al mundo que no va a hacerlo: eso no se hace, porque inmediatamente otros clientes en situaciones similares dirán que ellos tampoco lo harán. Entonces, es una amenaza al sistema financiero en general. Por eso, la reacción externa fue bien dura con Alan García. Si hay algo de paradójico es que la política misma no fue tan irracional, pero sí el anuncio.

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Con hiperinflación, aislamiento económico y desconfianza nacional es que entra Fujimori y nos sorprende con su nuevo modelo económico y el discurso de Hurtado Miller en televisión. Como economista, ¿cómo vio esta medida?
“Que Dios nos ayude”… Mi impresión fue que era una decisión correcta. Algunos pueden decir que no hubo alternativa, pero sí era posible hacer un shock menos agresivo. Me pareció que, probablemente, era lo que había que hacer.

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Eso fue solo el inicio del tipo de economía que marcó ese primer gobierno de Fujimori. La tendencia neoliberal se acentuó con las medidas que toma Carlos Boloña como ministro de Economía. ¿Fue adecuada la privatización de las empresas públicas?
Sí, absolutamente. El Estado tenía que salir lo antes posible del manejo empresarial y de la actividad productiva. Eso ayudó a estabilizar la economía, pero fueron varias cosas: se manejó bien el cuadro de las finanzas públicas y la política monetaria, y se logró restablecer las relaciones con los bancos internacionales y la banca privada. Eso significó alivio y se empezó a crear confianza para capitalistas nacionales y extranjeros. Fue una cosa gradual que sirvió para ir volteando el cuadro macroeconómico.

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También se estaba mejorando en microeconomía. Pero en realidad, me di cuenta de que cuando llegó Fujimori, el país ya se había privatizado. El gran privatizador fue Alan García. En su mandato, el Gobierno se achicó enormemente: menos gobierno, más actividad privada. Y eso fue tanto a nivel de presupuesto directo (porque los impuestos bajaban y se tuvo que despedir a muchos trabajadores del Estado), como a nivel de las empresas estatales, que estaban funcionando muy mal, y después quebraron y se vendieron. Lo que hizo Fujimori fue formalizar lo que ya se estaba dando con la venta de lo que quedaba de estas empresas.

Usted vuelve a asumir la presidencia del BCR durante el gobierno de Toledo, entre el 2001 y el 2003. ¿Cuán diferente fue la experiencia con respecto a la primera vez que ocupó el cargo?
Era una situación radicalmente distinta. En esos años, había una situación macroeconómica muchísimo más tranquila, casi no había inflación, no había problemas de balanza de pagos. Desde ese punto de vista, fue más fácil. Yo tuve problemas con colegas en el Directorio, pero no tenían que ver con el manejo de la política monetaria, sino con el manejo institucional y el banco mismo. Después de dos años, me aburrí con eso y renuncié, y fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Yo no había renunciado antes, porque la idea de la autonomía del banco es que uno no debe renunciar cuando se está amenazando la política monetaria, cuando el Gobierno busca cambiarte para imponer otra política monetaria. Pero eso no fue el caso en el año 2000.

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¿Cuál fue la decisión más difícil que tuvo que tomar como presidente del BCR?
Hay decisiones con las que es difícil estar seguro. Uno usa el criterio. Pero el año 1983 fue especialmente difícil por el cuadro que te he explicado. El PBI cayó más del 10%. Una decisión que generó bastantes problemas la tomé en 1984, cuando teníamos un acuerdo con los bancos y el FMI, basado en una estricta disciplina fiscal. Pasados unos meses, veía que el Gobierno no cumplía con la disciplina y nadie decía nada. Para mí, era una obligación que el BCR informara sobre esto, incluso su ley lo manda. Me parecía una información que debía conocerse, porque si no, nadie haría nada al respecto y nos íríamos al precipicio. Entonces informé a través de los medios cómo era la situación, y eso causó una reacción terrible desde el Gobierno y los mismos banqueros que sabían, pero no querían que se supiera. Hubo ataques personales y pidieron mi renuncia, y en la televisión, el ministro dijo que le había dado una puñalada en la espalda al país. Todo eso ya pasó, pero ese momento fue difícil.

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