Los rostros jóvenes del teatro que oscilan fuera y dentro de escena

Son los máximos responsables del rumbo de una historia, del desplazamiento de los actores y hasta de aprobar el diseño de escenografía. El mínimo detalle de un montaje está en sus manos.

Tienen alrededor de 30 años y han demostrado su talento en diversos planos artísticos. La actuación, hasta la danza, les han valido para liderar todo el proceso que antecede a la subida del telón.

Forma pero también fondo
Alejandro Clavier hizo sus pininos con 14 años en el colectivo de teatro de la escuela caraqueña donde estudió. “El principito” fue el primer montaje en el que participó.

Recuerda que la experiencia de mostrar ante una audiencia el resultado fue aleccionadora y que no se asemejaba al “roche que da cuando se muestra un dibujo o se lee un cuento propio”. En el teatro –dice– encontró una forma de expresión compatible con su personalidad.

Ahora, con 28 años, tiene en su haber piezas como “Las crías tienen hambre”, “Gigoló” y “Simón, el topo”, invitada al Festival Internacional de Artes Escénicas Mirada 2016.

Para Alejandro, la confianza del equipo en el director es clave y es uno de los factores que conducen al éxito.

Pero además reflexiona en torno a los desafíos que deben afrontar los promotores culturales. Recuerda que en un foro reciente en Berlín le sorprendió ver la preocupación de gestores de instituciones teatrales alemanas sobre el reto de atraer nuevas generaciones.

“Eso en un país donde el teatro tiene un peso fuerte y cuenta con US$ 3 millones de millones anuales para su desarrollo”.

Aun así, Clavier asegura que el público necesita ser sorprendido siempre y que esa innovación está relacionada “no solo con la forma, también con el fondo”.

Carlos Galiano atestigua que un director tiene que vincularse no solo con la actuación, también con el vestuario, escenografía y, aún más allá, con las ideas.

Dentro del proceso
“Como el agua”, “Pedro y el lobo” y “En un millón” se cuentan entre las obras que ha presentado Ana Chung.

A sus 32 años es una de las directoras jóvenes que transita con disciplina en la escena teatral y que ha tenido una conexión especial con ámbitos interrelacionados como la dirección de arte y dirección de movimiento.

No obstante, su incursión fue casi fortuita cuando, como bailarina profesional, integró el elenco de un montaje que fusionaba la danza con las artes escénicas.

“Fue un proceso interesante porque ambos suelen estar separados, aún no ha habido tanta inclusión de la danza en el teatro”, comenta.

No transcurrió demasiado para que la directora Nishme Súmar la convocara como asistente en distintos proyectos ni para que fuera adentrándose en diversos procesos creativos. He ahí, según confiesa, la clave para abrirse espacio en un mercado aún reducido.

“Puedes estar hasta de tramoyista, pero definitivamente ayuda mucho empaparse de procesos creativos, y suma más acompañar a alguien porque luego vas formando una mirada propia”, sostiene.

El contenido es el rey
A Carlos Galiano le interesa cada vez que puede recurrir a un equipo diferente. Es un método aleccionador, que le ha conducido forjarse un modo propio de hacerle frente al proceso creativo.

“Más importante aún, en un mercado en donde no hay una tradición cultural vasta, es prepararnos lo suficiente”. Y dispara: “No es una cosa menor ser director”.

Más que mostrar un espectáculo, “se trata de interpelar al espectador para definir su identidad, detectar sus taras y profundizar en ellas, y en eso no se puede ser superficial”.

“New Market” (su ópera prima), “Ven” (cuya adaptación cinematográfica le valió el Premio de Corto del Ministerio de Cultura) y “Las tres viudas” (comedia que narra las costumbres limeñas con tono punzante y pintoresco) son algunas de las obras que ha dirigido.

A sus 31 años, Galiano, que desde chico soñó con estar detrás del telón, atestigua que un director es responsable de distintos aspectos del montaje y por tanto debe vincularse no solo en la actuación, también en el vestuario, escenografía y, aún más allá, en las ideas. “Somos los responsables de exponer una serie de contenidos; confrontar con ellos a una sociedad”.

Alejandro Clavier asegura que el público necesita ser sorprendido y que esa innovación está relacionada “no solo con la forma, también con el fondo”

¿Y hay espacio para propuestas experimentales?
Alonso Alegría hace un paralelo entre el teatro y la comida, dice Alejandro Clavier al reflexionar sobre la aceptación que puedan tener los montajes que se atreven a ‘no ser comerciales’ en un mercado donde el teatro ‘no es necesariamente comercial’.

“Una tía muy querida, por ejemplo, detesta la idea de la comida fusión. A ella no le toquen los sabores que conoce y con los que puede relacionarse”, prosigue. Y extrapola: conozco gente que se siente seducida por nuevas propuestas, pero no son todos.

“Tengo la impresión de que hay una tendencia a consumir géneros más impactantes que requieren una mirada menos analítica”, complementa Carlos Galiano. “Hay un público que ve obras experimentales, pero no tienen igual convocatoria”, remata.

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