Pocas veces se ha dedicado una política pública tan laboriosa a un propósito tan inútil. Durante los últimos 15 años más o menos, Colombia ha utilizado aviones fumigadores operados por contratistas estadounidenses para rociar glifosato, un potente herbicida, sobre unas 130,000 hectáreas de su tierra al año, en un intento por acabar con los cultivos de coca que proporcionan la materia prima para la cocaína. Si toda esa tierra estuviera junta, el área sería casi tan grande como el estado de Nueva Jersey.