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Banco Mundial - Oportunidades de Desarrollo

Las lecciones del 'boom'

Tras una década de sostenido crecimiento, la corrección a la baja del precio de las materias primas ha tenido un fuerte impacto en las economías de la región.

Para Augusto de la Torre, economista del Banco Mundial, lo que está ayudando a que la desaceleración no sea un colapso es que las políticas fiscal, monetaria y financiera son más sanas, están mejor ensambladas y tienen el respaldo de una institucionalidad más fuerte.
Para Augusto de la Torre, economista del Banco Mundial, lo que está ayudando a que la desaceleración no sea un colapso es que las políticas fiscal, monetaria y financiera son más sanas, están mejor ensambladas y tienen el respaldo de una institucionalidad más fuerte.

Muchos años de bonanza seguidos pueden generar una falsa sensación de invulnerabilidad. Y de eso al pesimismo puede haber un solo paso. Es lo que ocurre, a grandes rasgos, con la mayoría de las economías de América Latina en la actualidad. Tras casi diez años de ‘boom’, impulsado por los precios récord que alcanzaron las materias primas, ahora la corrección de las cotizaciones ha significado una fuerte desaceleración. De crecer a una velocidad crucero de alrededor de 5% –con la excepción del 2009, año de la crisis financiera global–, ahora las previsiones de crecimiento están en torno al 1%, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Es como si la región hubiera estado a bordo de un potente auto deportivo, con el acelerador a fondo, y de pronto alguien hubiera jalado el freno de mano. No ha ocurrido ninguna tragedia, pero todavía no se recupera del susto.

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Sin embargo, la realidad esta vez parece ser distinta. Aunque América Latina es tan grande y diversa que no admite generalizaciones, una buena parte de los países que la componen han aprovechado –en distinta medida– los años de ingresos extraordinarios para implementar reformas que les permitirán depender menos de las exportaciones de materias primas y ser menos vulnerables a los shocks externos.

El gran temor es que, como ya ocurrió en la región con anteriores períodos de bonanza, pasado el ‘boom’ toque comenzar todo nuevamente desde cero. El riesgo es real: si bien se estima que entre 70 y 90 millones de personas han salido de la pobreza en la última década, una parte importante de esta población todavía es vulnerable. La Cepal recientemente advirtió que los avances en esta lucha se han estancado en los últimos años. Y el índice regional se mantiene en alrededor de 28%, lo que significa que, en términos absolutos, hay más pobres que antes. ¿Se revertirá el proceso de reducción de la pobreza? “Ciertamente es un peligro en algunos países, pero en el grueso de la región la tónica será que el ritmo de reducción va a disminuir, y en algunos, quizás se estanque”, opina Augusto de la Torre, economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial.

Plata bajo el colchón
Una de las principales lecciones aprendidas de la región es la disciplina fiscal. Augusto de la Torre destaca que el período 2003-2008 fue aprovechado en muchos países para mejorar los modelos de política macroeconómica. El aumento de las reservas internacionales los ha hecho más resilientes al impacto de las crisis globales, como la que ocurrió en 2009. También les permite a los gobiernos un mayor margen para aplicar políticas contracíclicas.

El economista jefe del BM para América Latina considera que, si bien la parte más vigorosa del ciclo favorable ya terminó,este final no tendrá las categorías de un colapso para las economías latinoamericanas. Y, en buena medida, esto se debe a que los países de la región han avanzado en tareas importantes. “Lo que está ayudando a que la desaceleración no sea un colapso es que las políticas fiscal, monetaria y financiera son más sanas, están mejor ensambladas y tienen el respaldo de una institucionalidad más fuerte, algo que venía afianzándose en la región desde los 90s, y en algunos países, incluso desde antes”, destaca.

Otra importante lección, que algunos países aprendieron mejor que otros, es que los períodos de bonanza deben servir no solo para expandir el gasto, sino también para emprender reformas estructurales que sirvan para mejorar las condiciones de
crecimiento en el largo plazo.

Augusto de la Torre señala que en ese aspecto, los países de América Latina no obtienen tan buena nota. “Hubo progresos, pero se pudo haber hecho más en educación, en infraestructura, en mejorar el ambiente para inversión y los negocios, en participar en las cadenas globales de valor”.

“El desafío es encontrar nuevos motores de crecimiento. En el tiempo de bonanza, la demanda interna, impulsada por las ganancias en términos de intercambio, fue el motor clave. Hacia el futuro, aprovechando la mayor competitividad externa resultante de las depreciaciones de las moneda latinas, habrá que reorientar la producción hacia las exportaciones, es decir hacia la demanda externa. Hay que moverse a un modelo más centrado en la diversificación de las exportaciones, y eso no es fácil”, resalta de la Torre.

Esto implica, entre otras cosas, hacer fuertes inversiones en educación, mejorar la productividad y ser más competitivos a escala global. No son cosas que se logran en un año o dos. Pueden tomar una generación entera. Pero algo se ha avanzado.

La segunda generación
Un reto para el Perú (y, en general, para toda América Latina) es compensar la pérdida de impulso debido a la caída en los precios de las materias primas con mejoras en la productividad y competitividad. “Algo se está haciendo, el impacto recién lo veremos en 8 o 10 años”, señala Hugo Perea, economista jefe de BBVA Research en el Perú. Según las cifras que maneja, la baja productividad le resta al Perú 1,5 puntos a su potencial de crecimiento de PBI cada año.

Perea coincide en destacar que el buen manejo fiscal y monetario han sido factores clave para sacarle provecho al boom de la última década en el Perú. A ello, suma que se ha reducido el peso de la deuda, por lo que no es una carga tan pesada para el Estado, y se ha avanzado en crear un entorno estable para las inversiones. Sin embargo, es poco lo que se ha avanzado en las llamadas ‘reformas de segunda generación’, justamente, las que pueden incidir más en aumentos de la competitividad y productividad. Es el caso de la reforma laboral, las mejoras en la administración pública, educación y un impulso más decidido para cerrar la brecha de infraestructura. “Nos faltó algo de impulso, aunque también hay que reconocer que es difícil hacer reformas políticamente complicadas cuando estás creciendo a un ritmo del 7% anual”, señala Hugo Perea.