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Las esculturas públicas que trazan un mapa de sensaciones por el mundo
FOTOGALERÍA. La escultura, como la poesía, es un arma cargada de futuro. Y más cuando se saca de los museos, cuando su hábitat natural cambia los suelos encerados por las calles manchadas de rutina. Cuando su fuerza no se basa en la admiración erudita, sino que consigue cambiar el paso, volver la vista y conmocionar durante unos instantes. Y estas obras repartidas por todo el mundo consiguen despertar el corazón y el sistema límbico sin necesidad de más lenguaje que el del volumen.
Les voyageurs (Marsella). Bruno Catalano matiza el puerto de Marsella con esta serie de esculturas surrealistas inteligibles que, por un lado, transmiten el carácter emigrante de este enclave marítimo y, por el otro, la fragilidad del ser humano ante los cambios y los desafíos. Todo un acierto por lograr conmover de manera universal y, de paso, ofrecer unas siluetas que cambian según la luz, la meteorología y la paleta del cielo. Como definiría Anne Maître en la web del artista, la obra representa a un “hombre desfragmentado, desestabilizado, despojado de sus señas de identidad, que camina hacia su salvación y su pérdida, a un mismo tiempo”.