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Las esculturas públicas que trazan un mapa de sensaciones por el mundo
FOTOGALERÍA. La escultura, como la poesía, es un arma cargada de futuro. Y más cuando se saca de los museos, cuando su hábitat natural cambia los suelos encerados por las calles manchadas de rutina. Cuando su fuerza no se basa en la admiración erudita, sino que consigue cambiar el paso, volver la vista y conmocionar durante unos instantes. Y estas obras repartidas por todo el mundo consiguen despertar el corazón y el sistema límbico sin necesidad de más lenguaje que el del volumen.
La pistola anudada (Nueva York). Poquísimas representaciones son un alegato a la paz tan inteligible y global como esta obra de Carl Fredrik Reuterswärd. Situada frente al edificio principal de la ONU, esta intervención nació del propio dolor del escultor sueco cuando, en 1980, Yoko Ono le pidió dar forma a su estupor tras la muerte de su amigo John Lennon. Su universalidad es tal que hay hasta 30 copias de esta obra repartidas por todo el mundo, aunque visitar la original siempre cuenta con el aderezo de lo genuino y espontáneo.